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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

ojos se abrieron agrandados, y una mirada profunda, dulce y terrible, se fijó<br />

sobre ella..., mientras una voz extraña — la voz de Orfeo — se escapaba otra<br />

vez de aquellos labios temblorosos para pronunciar distintamente estas cuatro<br />

sílabas, melodiosas y vengadoras:<br />

— ¡Eurídice!.<br />

Ante aquella mirada, ante aquella voz, la sacerdotisa espantada se hizo<br />

atrás, exclamando: “¡No ha muerto!. ¡Van a perseguirme!. ¡Para siempre!.<br />

¡Orfeo..., Eurídice!...”. Diciendo estas palabras, Aglaonice desapareció como<br />

fustigada por cien Furias. Las Bacantes aterradas y los Tracios, sobrecogidos<br />

por el horror de su crimen, huyeron en la oscuridad, lanzando gritos de<br />

angustia.<br />

El discípulo quedó solo al lado <strong>del</strong> cuerpo de su maestro. Cuando un<br />

rayo siniestro de Hécate iluminó el lino ensangrentado y la pálida faz <strong>del</strong> gran<br />

iniciador, le pareció que el valle, el río, las montañas y las selvas profundas<br />

gemían como una gran lira.<br />

El cuerpo de Orfeo fue quemado por sus sacerdotes, y sus cenizas<br />

llevadas a un santuario lejano de Apolo, donde fueron veneradas como las de<br />

un Dios. Ninguno de los rebeldes osó subir al templo de Kaukaión. La<br />

tradición de Orfeo, su ciencia y sus misterios se perpetuaron allí, y se<br />

difundieron por todos los templos de Júpiter y Apolo. <strong>Los</strong> poetas griegos<br />

decían que Apolo estaba celoso de Orfeo, porque se invocaba a éste más<br />

frecuentemente. La verdad es que cuando los poetas cantaban a Apolo, los<br />

grandes iniciados invocaban el alma de Orfeo, salvador y profeta.<br />

Más tarde, los Tracios convertidos a la religión de Orfeo, contaron que<br />

aquél había bajado a los infiernos para buscar allí el alma de su esposa, y que<br />

las Bacantes, celosas de su amor eterno, le habían despedazado; su cabeza fue<br />

lanzada al Ebro por sus ondas tempestuosas, llamaba aún: “¡Eurídice!.<br />

¡Eurídice!”.<br />

De este modo, los Tracios cantaron como profeta a quien habían matado<br />

como criminal, y que por su muerte hubo de convertirles. Así, el verbo órfico<br />

se infiltró misteriosamente en las venas de la Helenia por las vías secretas de<br />

los santuarios y de la iniciación. <strong>Los</strong> dioses se armonizaron a su voz como en<br />

el templo un coro de iniciados a los sones de una lira invisible, y el alma de<br />

Orfeo se convirtió en el alma de Grecia.<br />

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