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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

podría creerse, la fútil disputa de dos supersticiones. Estos dos cultos<br />

representaban dos teologías, dos cosmonogías, dos religiones y dos<br />

organizaciones sociales absolutamente opuestas. <strong>Los</strong> cultos uránicos y solares<br />

tenían sus templos en las alturas y las montañas; sacerdotes varones; leyes<br />

severas. <strong>Los</strong> cultos lunares reinaban en las selvas, en los valles profundos;<br />

tenían sacerdotisas-mujeres, ritos voluptuosos, la prác tica desarreglada de las<br />

artes ocultas y el gusto de la orgía. Había guerra a muerte entre los sacerdotes<br />

<strong>del</strong> sol y las sacerdotisas de la luna. Lucha de sexos, lucha antigua, inevitable,<br />

abierta o escondida, pero eterna entre el principio masculino y el principio<br />

femenino entre el hombre y la mujer, que llena la historia con sus alternativas<br />

y en la que se juega el secreto de los mundos. Del mismo modo que la fusión<br />

perfecta <strong>del</strong> masculino y <strong>del</strong> femenino constituye la esencia misma y el<br />

misterio de a divinidad, así el equilibrio de estos dos principios puede<br />

únicamente producir las grandes civilizaciones.<br />

En toda Tracia, como en Grecia, los dioses masculinos, cosmogónicos y<br />

solares habían sido relegados a las altas montañas, a los países desiertos. El<br />

pueblo les prefería el cortejo inquietante de las divinidades femeninas que<br />

evocaba las pasiones peligrosas y las fuerzas de la naturaleza. Estos últimos<br />

cultos atribuían a la divinidad suprema <strong>del</strong> sexo femenino.<br />

Espantosos abusos comenzaban a resultar de este estado de cosas. —<br />

Entre los Tracios las sacerdotisas de la luna o de la triple Hécate habían hecho<br />

acto de supremacía apropiándose el viejo culto de Baco, dándole un carácter<br />

sangriento y temible. En signo de su victoria, habían tomado el nombre de<br />

Bacantes, como para marcar su dominio, el reino soberano de la mujer, su<br />

poder sobre el hombre.<br />

Alternativamente magas, seductoras y sacrificadoras sangrientas de<br />

víctimas humanas, tenían su santuario en valles salvajes y recónditos. ¿Por<br />

qué sombrio encanto, por qué ardiente curiosidad hombres y mujeres eran<br />

atraídos hacia aquellas soledades de vegetación tropical y grandiosa?. Formas<br />

desnudas — danzas lascivas en el fondo de un bosque..., luego risas, un gran<br />

rito — y cien Bacantes se lanzaban sobre el profano que debía jurarles<br />

sumisión o perecer. Las Bacantes domesticaban panteras y leones, que hacían<br />

aparecer en sus fiestas. Por la noche, con serpientes enroscadas en los brazos,<br />

se prosternaban ante la triple Hécate; luego, en rondas frenéticas, evocaban a<br />

Baco subterráneo, de doble sexo y de cabeza de toro. Pero desgraciado <strong>del</strong><br />

extranjero, desgraciado <strong>del</strong> sacerdote de Júpiter o de Apolo que fuera a<br />

espiarlas. Inmediatamente era descuartizado. (El Baco con cabeza de toro se<br />

vuelve a encontrar en el XXIX himno órfico. Es un recuerdo <strong>del</strong> antiguo<br />

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