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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

y estas palabras sin cólera, pero llenas de amargura y de melancolía, salieron<br />

de su boca: “¡Desgraciada de ti, Cafarnaúm!. ¡Desdichada, Korazaín!. ¡Infeliz<br />

Betsaida!”. Luego, volviéndose hacia el mundo pagano, tomó con los<br />

apóstoles el camino que conduce, remontando el valle <strong>del</strong> Jordán, de Gadara a<br />

Cesárea de Filipo.<br />

Triste y largo fue el camino <strong>del</strong> grupo fugitivo a través de grandes<br />

llanuras de juncos y las marismas <strong>del</strong> alto Jordán, bajo el sol ardiente de Siria.<br />

Pasaban la noche en las tiendas de los pastores de búfalos, o en casa de<br />

esenios establecidos en las aldehuelas de aquel país perdido. <strong>Los</strong> discípulos<br />

acongojados bajaban la cabeza; el maestro, triste y silencioso, se sumergía en<br />

su meditación. Reflexionaba en la imposibilidad de hacer triunfar su doctrina<br />

en el pueblo por la predicación, en las maquinaciones temibles de sus<br />

adversarios. La lucha suprema era inminente; había llegado a un callejón sin<br />

salida; ¿Cómo salir de él? Por otra parte, su pensamiento iba con infinita<br />

solicitud a su familia espiritual diseminada, y sobre todo a los doce apóstoles<br />

que, fieles y confiados, habían dejado todo por seguirle, familia, profesión,<br />

fortuna, y que sin embargo iban a quedar destrozados en sus corazones y a<br />

sufrir gran decepción en la esperanza de un Mesías triunfante. ¿Podía<br />

abandonarles a sí mismos?. ¿Había penetrado bastante la verdad en ellos?.<br />

¿Creerían en él y su doctrina a pesar de todo?. ¿Sabían quién era él?. Bajo el<br />

imperio de esta preocupación, les preguntó un día: “¿Qué dicen los hombres<br />

que soy yo, el Hijo <strong>del</strong> Hombre?”. ― Y ellos le respondieron: “Unos dicen<br />

que eres Juan Bautista; otros que Jeremías o uno de los profetas”. ― “Y<br />

vosotros, ¿Quién decís que soy?”. Entonces, Simeón-Pedro, tomando la<br />

palabra, dijo: “Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”. (Mateo, XVI, 13-18).<br />

En boca de Pedro y en el pensamiento de Jesús, esa frase no significa<br />

como lo quiso más tarde la Iglesia: Tú eres la única encarnación <strong>del</strong> Ser<br />

absoluto y todopoderoso, la segunda persona de la Trinidad; sino<br />

sencillamente, eres el elegido de Israel anunciado por los profetas. En la<br />

iniciación inda, egipcia y griega, el término de Hijo de Dios significaba una<br />

conciencia identificada con la verdad divina, una voluntad capaz de<br />

manifestarla. Según los profetas, aquel Mesías debía ser la mayor de las<br />

manifestaciones. Sería el Hijo <strong>del</strong> Hombre, es decir, el Elegido de la<br />

Humanidad terrestre; el Hijo de Dios, es decir el Enviado de la Humanidad<br />

celeste, y como tal contendría en sí al Padre o Espíritu, que por Ella reina<br />

sobre el universo.<br />

Al oír aquella afirmación de los apóstoles por boca de su portavoz,<br />

Jesús experimentó inmensa alegría. Sus discípulos le habían comprendido; él<br />

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