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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

la clave de todas las cosas. Recuerda que la ley <strong>del</strong> misterio cubre la gran<br />

verdad. El conocimiento total sólo puede ser revelado a nuestros hermanos<br />

que han atravesado por las mismas pruebas que nosotros. Es preciso medir la<br />

verdad según las inteligencias: velarla a los débiles, a los que volvería locos,<br />

ocultarla a los malvados que sólo pueden percibir fragmentos que<br />

emplearían como armas de destrucción. Enciérrala en tu corazón y que te<br />

hable por tu obra. La ciencia será tu fuerza, la fe tu espada y el silencio tu<br />

armadura infrangible”.<br />

Las revelaciones <strong>del</strong> profeta de Ammón-Rá, que abrían al nuevo<br />

iniciado tan vastos horizontes sobre sí mismo y sobre el universo, producían<br />

sin duda una impresión profunda cuando eran dichas sobre el observatorio de<br />

un templo de Thebas, en la calma lúcida de una noche egipcia. <strong>Los</strong> arcos,<br />

las bóvedas y las terrazas blancas de los templos dormían a sus pies, entre los<br />

macizos negros de los nopales y los tamarindos. A distancia, grandes<br />

monolitos, estatuas colosales de los Dioses, fijas como jueces incorruptibles,<br />

sobre el lago silencioso. Tres pirámides, figuras geométricas <strong>del</strong> tetragrámaton<br />

y <strong>del</strong> septenario sagrado, se perdían en el horizonte, espaciando sus triángulos<br />

en el tenue gris <strong>del</strong> aire. El insondable firmamento hormigueaba de estrellas.<br />

¡Con qué nuevos ojos miraba aquellos astros que le pintaban como moradas<br />

futuras!. Cuando, en fin, el esquife dorado de la luna emergía <strong>del</strong> sombrío<br />

espejo <strong>del</strong> Nilo, que se perdía en el horizonte como una larga serpiente<br />

azulada, el neófito creía ver la barca de Isis que navegaba sobre el río de las<br />

almas y las lleva hacia el sol de Osiris. Él se acordaba <strong>del</strong> Libro de los muertos,<br />

y el sentido de todos aquellos símbolos se revelaba ahora a su espíritu. Después<br />

de lo que había visto y aprendido, podía creerse en el reino crepuscular <strong>del</strong><br />

Amenti, misterio interregno entre la vida terrestre y la vida celeste, donde los<br />

difuntos, al principio sin ojos y sin palabra, recobran poco a poco la vista y la<br />

voz. Él también iba a emprender el gran viaje, el viaje <strong>del</strong> infinito, a través<br />

de los mundos y las existencias. Ya Hermes le había absuelto y juzgado<br />

digno. Él le había dicho la clave <strong>del</strong> gran enigma: “Una sola alma, la grande<br />

alma <strong>del</strong> Todo, ha engendrado, al repartirse, todas las almas que se agitan<br />

en el universo”. Armado con el gran secreto, él subía a la barca de Isis, que<br />

partía. Elevada a los espacios etéreos, ella flotaba en las regiones<br />

intersiderales. Ya los anchos rayos de una inmensa aurora traspasaban los<br />

velos azulados de los horizontes celestes; ya el coro de los espíritus gloriosos,<br />

de los Akhium Seku que han llegado al eterno reposo, cantaba: “¡Levántate,<br />

Ra Hermakuti, sol de los espíritus!. <strong>Los</strong> que están en tu barca, están en<br />

exaltación. Ellos lanzan exclamaciones en la barca de los millones de años.<br />

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