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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

profeta, es decir, que se siente irresistiblemente lanzado a manifestarse a los<br />

demás como representante de Dios. Su pensamiento se convierte en vi sión, y<br />

esa fuerza superior que hace brotar la verdad de su alma, a veces quebrándola,<br />

constituye el elemento profético. Las manifestaciones proféticas han sido en<br />

la historia los rayos y los relámpagos de la verdad”. (Ewald, Die Propheten.<br />

– Introducción).<br />

He aquí la fuente de donde esos gigantes que se llaman Elias, Isaías,<br />

Ezequiel, Jeremías, extrajeron su fuerza. En el fondo de sus cavernas o en el<br />

palacio de los reyes, fueron realmente los centinelas <strong>del</strong> Eterno, y como dice<br />

Elíseo a su maestro Elias, “los carros y los jinetes de Israel”. Con frecuencia<br />

predicen de un modo clarividente la muerte de los reyes, la caída de los reinos,<br />

los castigos de Israel. A veces también se engañan. Aunque encendida en el<br />

sol de la verdad divina, la antorcha profética vacila y se oscurece a veces en<br />

sus manos al soplo de las pasiones nacionales. Pero jamás se equivocan sobre<br />

las verdades morales, sobre la verdadera misión de Israel, sobre el triunfo final<br />

de la justicia en la humanidad. Como verdaderos iniciados, predican el<br />

desprecio al culto exterior, la abolición de los sacrificios sangrientos, la<br />

purificación <strong>del</strong> alma y la caridad. Donde su visión es admirable es en cuanto<br />

concierne a la victoria final <strong>del</strong> monoteísmo, su papel libertador y pacificador<br />

para todos los pueblos. Las más terribles desgracias que puedan afligir a una<br />

nación, la invasión extranjera, la deportación en masa a Babilonia, no pueden<br />

quebrantar su fe. Escuchad a Isaías durante la invasión de Sennacherib: “¿Yo<br />

que doy vida a los otros, no podré dar vida a Sión?, ha dicho el Eterno. Yo que<br />

hago nacer, ¿le impediré que nazca?, ha dicho tu Dios. ― Regocijaos con<br />

Jerusalén y estad en alegría a causa de él, vos que le amáis, vos que lloráis<br />

sobre él, regocijaos con él con gran alegría. ― Pues así ha dicho el Eterno: He<br />

aquí, yo voy a derramar sobre ella la paz como un río, y la gloria de las<br />

naciones como un torrente desbordado; y seréis amamantados y seréis<br />

llevados con ella y os acariciarán las rodillas. ― Os consolaré como una<br />

madre consuela a su hijo, y seréis consolados en Jerusalén. ― Viendo sus<br />

obras y sus pensamientos, vengo para reunir a todas las naciones y a todas las<br />

lenguas; ellas vendrán y verán mi gloria”. (Isaías, LXVI, 10-16). Apenas si<br />

hoy ante la tumba de Cristo esa visión comienza a realizarse; más ¿Quién<br />

podría negar su verdad profética, al pensar en el papel de Israel en la historia<br />

de la humanidad?. No menos inquebrantable que esta fe en la gloria futura de<br />

Jerusalén, en su grandeza moral, en su universalidad religiosa, es la fe de los<br />

profetas en un Salvador o un Mesías. De él hablan; el incomparable Isaías es<br />

también quien le ve más claramente, quien le pinta con más fuerza en su<br />

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