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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

como un soplo, triste como un beso de adiós, murmuró: ¡Orfeo!”.<br />

“A esta voz me desperté. Aquel nombre, dado por un alma, había<br />

transformado mi ser. Sentí pasar por mí el sagrado escalofrío de un deseo<br />

inmenso con el poder de un amor sobrehumano. Euridice, viva, me hubiese<br />

dado la embriaguez de la dicha; Euridice, muerta, me hizo encontrar la<br />

Verdad. Por amor he revestido yo el hábito de lino, dedicándome a la grande<br />

iniciación y a la vida ascética; por amor he penetrado en la magia y buscado la<br />

ciencia divina; por amor he atravesado las cavernas de Samotracia, los pozos<br />

de las Pirámides y las tumbas de Egipto. He rebuscado en la muerte para<br />

encontrar la vida, y sobre la vida he visto los limbos, las almas, las esferas<br />

transparentes, el Éter de los Dioses. La tierra me ha abierto sus abismos, el<br />

cielo sus templos flameantes. He arrancado la ciencia, oculta bajo las momias.<br />

<strong>Los</strong> sacerdotes de Isis y de Osiris me han entregado sus secretos. Ellos sólo<br />

tenían aquellos Dioses; yo tenía a Eros. Por él he hablado, he cantado, he<br />

vencido. Por él he <strong>del</strong>etreado el verbo de Hermes y Zoroastro; por él he<br />

pronunciado el de Júpiter y Apolo”.<br />

“Mas la hora ha llegado de confirmar mi misión por mi muerte. Otra<br />

vez me es preciso descender a los infiernos para subir de nuevo al cielo.<br />

Escucha, hijo querido: tú llevarás mi doctrina al templo de Delfos y mi ley al<br />

tribunal de los Anfictiones. Dionisos es el sol de los iniciados; Apolo será la<br />

luz de la Grecia; los Anfictiones los guardianes de su justicia”.<br />

El hierofante y su discípulo habían llegado al fondo <strong>del</strong> valle. Ante<br />

ellos, un claro, grandes macizos de bosques sombríos, tiendas y hombres<br />

echados. Orfeo marchaba tranquilamente por medio de los Tracios dormidos y<br />

fatigados de una orgía nocturna. Un centinela que vela aún, le pidió su<br />

nombre.<br />

— Soy un mensajero de Júpiter; llama a tus jefes — le respondió Orfeo.<br />

“¡Un sacerdote <strong>del</strong> templo!...”. Este grito, lanzado por el centinela, se<br />

reparte como una señal de alarma en todo el campo. Se arman; se llaman; las<br />

espadas brillan; los jefes acuden asombrados y rodean al pontífice.<br />

— ¿Quién eres?. ¿Qué vienes a hacer aquí?.<br />

— Soy un enviado <strong>del</strong> templo. Vosotros todos, reyes, guerreros de<br />

Tracia, renunciad a luchar con los hijos de la luz y reconoced la divinidad de<br />

Júpiter y de Apolo. <strong>Los</strong> Dioses de las alturas os hablan por mi boca. Vengo<br />

como amigo si me escucháis; como juez si rehusáis oírme.<br />

— Habla — dijeron los jefes.<br />

En pie, bajo un gran olmo, Orfeo habló. Habló de los beneficios de los<br />

Dioses, <strong>del</strong> encanto de la luz celestial, de la vida pura que llevaba en la cima<br />

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