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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

de los misterios de Eleusis. con ampliaciones poéticas). En aquel follaje se<br />

ocultan e incrustan quimeras, gorgonas, arpías, buhos y esfinges, imágenes<br />

parlantes de todos los males terestres, de todos los demonios que se<br />

encarnizan con el hombre. Esos monstruos reproducidos en metales<br />

relucientes, se enrollan a las ramas, y desde arriba parecen acechar su presa.<br />

Bajo el árbol se encuentra Plutón-Aidonea, en un trono magnífico, con manto<br />

de púrpura. Bajo él la nebrida, su mano sostiene el tridente, su frente está<br />

pensativa. Al lado <strong>del</strong> rey de los Infiernos, que no sonríe nunca, está su<br />

esposa: la alta, la esbelta Perséfona. <strong>Los</strong> mistos la reconocen bajo las<br />

facciones de la hierofántida que había ya representado a la diosa en los<br />

Misterios memores. Es bella aún, más bella quizá en su melancolía; más,<br />

¡cuán cambiada bajo su traje de luto, con adornos de plata y bajo la diadema<br />

de oro!. Ya no es la Virgen de la gruta; ahora conoce la vida <strong>del</strong> fondo y por<br />

ella sufre. Reina sobre los poderes inferiores, es soberana entre los muertos,<br />

pero extraña en su imperio. Pálida sonrisa ilumina su semblante ensombrecido<br />

por la sombra <strong>del</strong> Infierno. ¡Ah!. En aquella sonrisa hay la ciencia <strong>del</strong> Bien y<br />

<strong>del</strong> Mal, el encanto inexplicable <strong>del</strong> dolor sentido y mudo. El sufrimiento<br />

enseña la piedad. Acoge ella a los mistos con una mirada de compasión y ellos<br />

se arrodillan y depositan a sus pies coronas de narciso. Entonces reluce en sus<br />

ojos una llama mortecina, esperanza perdida, ¡lejano recuerdo <strong>del</strong> cielo!.<br />

De repente, al extremo de una galería ascendente brillan antorchas y,<br />

como un sonido de trompeta, una voz clama: “¡Venid mistos! ¡Iacchos ha<br />

vuelto!. Deméter espera a su hija. ¡Evohé!”. <strong>Los</strong> ecos sonoros <strong>del</strong> subterráneo<br />

repiten ese grito. Perséfona se levanta sobre su trono, como despertada en<br />

sobresalto de un largo sueño, y penetrada por un pensamiento fulgurante: “¡La<br />

Luz! ¡Madre mía! ¡Iacchos!”. Quiere andar, pero Aidonea la retiene por la tela<br />

de su traje y vuelve a caer sobre su trono como muerta. Entonces las luces se<br />

apagan de repente, y una voz exclama: “¡Morir, es renacer!”. Entonces los<br />

mistos se abalanzan hacia la galería de los héroes y de los semidioses, hacia la<br />

abertura <strong>del</strong> subterráneo, donde les esperan Hermes y el porta-antorchas. Les<br />

quitan la piel de cervato, les rocían con agua lustral, les revisten con lino<br />

fresco y les llevan al templo espléndidamente iluminado, donde les recibe el<br />

hierofante, el gran sacerdote de Eleusis, anciano majestuoso, vestido de<br />

púrpura.<br />

Y ahora, dejemos hablar a Porfirio. He aquí cómo cuenta la iniciación<br />

suprema de Eleusis:<br />

“Coronados de mirtos, entramos, con los otros iniciados, en el vestíbulo<br />

<strong>del</strong> templo — ciegos aún —; pero el hierofante, que está en el interior, pronto<br />

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