09.05.2013 Views

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

ahogaba en las malas horas.<br />

En una de las salas <strong>del</strong> templo se alineaban en dos filas aquellas<br />

mismas pinturas sagradas que le habían explicado en la cripta durante la<br />

noche de las pruebas, y que representaban los veintidós arcanos. Aquellos<br />

arcanos que se dejaban entrever en el umbral mismo de la ciencia oculta,<br />

eran las columnas de la teología; pero era preciso haber atravesado toda la<br />

iniciación para comprenderlos. Después, ninguno de los maestros le había<br />

vuelto a hablar más de aquello. Le permitían solamente pasearse en aquella<br />

sala y meditar sobre aquellos signos. Pasaba allí largas horas solitarias. Por<br />

aquellas figuras castas como la luz, graves como la Eternidad, la verdad<br />

invisible e impalpable se infiltraba lentamente en el corazón <strong>del</strong> neófito. En<br />

la muda sociedad de aquellas divinidades silenciosas y sin nombre, de las<br />

que cada una parecía presidir a una esfera de la vida, comenzaba a<br />

experimentar algo nuevo: al principio, una reconcentración en el fondo de<br />

su ser; luego, una especie de desligamiento <strong>del</strong> mundo que le hacía elevarse<br />

por encima de las cosas. A veces, preguntaba a uno de los magos: “¿Se me<br />

permitirá algún día respirar la rosa de Isis y ver la luz de Osiris?”. Se le<br />

respondía: “Eso no depende de nosotros. La verdad no se da. Se la<br />

encuentra. Nosotros no podemos hacer de ti un adepto: hay que llegar por el<br />

trabajo propio. El loto crece bajo el río largo tiempo antes de abrirse en<br />

flor. No apresures el florecimiento de la flor divina. Si ella tiene que venir,<br />

vendrá a su debido tiempo. Trabaja y ora”. Y el discípulo volvía a sus<br />

estudios, a sus meditaciones, con un triste gozo. Gustaba <strong>del</strong> encanto austero y<br />

suave, de esa soledad por donde pasa como un soplo el ser de los seres. Así<br />

transcurrían los meses y los años. Sentía operarse en su ser una transformación<br />

lenta, una metamorfosis completa. Las pasiones que le habían asaltado en su<br />

juventud se alejaban como sombras, y los pensamientos que le rodeaban<br />

ahora le sonreían como inmortales amigos. Lo que experimentaba por<br />

momentos era la desaparición de su yo terrestre y el nacimiento de otro yo<br />

más puro y más etéreo. En este sentimiento, a veces ocurría que se prosternaba<br />

ante las escaleras <strong>del</strong> cerrado santuario. Entonces ya no había en él<br />

rebeldía, ni un deseo cualquiera, ni un pesar. Sólo había un abandono<br />

completo de su alma a los Dioses, una oblación perfecta a la verdad. “¡Oh<br />

Isis! — decía él en su oración — puesto que mi alma sólo es una lágrima de<br />

tus ojos, que ella caiga en rocío sobre otras almas, y que al morir por ello,<br />

sienta yo su perfume subir hacia ti. Heme aquí presto al sacrificio”.<br />

Después de una de aquellas oraciones mudas, el discípulo en semiéstasis<br />

veía en pie a su lado, como una visión salida <strong>del</strong> suelo, al hierofante envuelto<br />

117

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!