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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

¿Comprenden los apóstoles, ven ese pensamiento redentor que abarca<br />

los mundos?. Él brilla en la profunda y dolorosa mirada que el Maestro pasea<br />

<strong>del</strong> discípulo amado a aquel que le va a traicionar. No, no le comprenden aún,<br />

respiran penosamente, como en un mal sueño; una especie de vapor pesado y<br />

rojizo flota en el aire, y se preguntan de dónde viene la extraña radiación de la<br />

cabeza <strong>del</strong> Cristo. Cuando por fin Jesús declara que va a pasar la noche en<br />

oración en el huerto de los olivos y se levanta para decir: ¡Vamos! no<br />

sospechan ellos lo que va a ocurrir.<br />

* * *<br />

Jesús ha pasado la noche y la angustia de Gethsemaní. De antemano,<br />

con terrible lucidez, ha visto estrecharse el círculo infernal que va a ahogarle.<br />

En el terror de esta situación, en la horrible espera, en el momento de ser<br />

cogido por sus enemigos, tembló; por un instante su alma retrocede ante las<br />

torturas que le aguardan; un sudor de sangre gotea de su frente. ― Luego la<br />

oración le conforta. Rumores de voces confusas, luces de antorchas bajo los<br />

sombríos olivos, ruido de armas: es la tropa de los soldados <strong>del</strong> sanhedrín.<br />

Judas, que les conduce, besa a su maestro para que reconozcan al profeta.<br />

Jesús le devuelve su beso con inefable piedad y le dice: “Amigo, ¿A qué has<br />

venido?”. El efecto de esta dulzura, de aquel beso fraternal dado en cambio de<br />

la más baja traición, será tal sobre aquella alma tan dura, que un instante<br />

después Judas, lleno de remordimientos y de horror de sí mismo, va a<br />

suicidarse. Con sus rudas manos, los soldados cogen al rabí galileo. <strong>Los</strong><br />

discípulos, atemorizados, huyen tras una corta resistencia, como un puñado de<br />

juncos dispersados por el viento. Sólo Juan y Pedro se quedan cerca y siguen<br />

al maestro al tribunal, con el corazón oprimido y el alma ligada a su destino.<br />

Pero Jesús se halla en perfecta calma. A partir de aquel momento, ni una<br />

protesta, ni una queja saldrán de su boca.<br />

El sanhedrín se ha reunido apresuradamente en sesión plena. A media<br />

noche Jesús comparece ante él, porque el tribunal quiere terminar pronto con<br />

el peligroso profeta. <strong>Los</strong> sacrificadores, los sacerdotes revestidos con túnicas<br />

de púrpura, amarillas, moradas, cubiertos con sus turbantes, están<br />

solemnemente sentados en media luna. En medio de ellos, sobre un sitio más<br />

elevado se halla Caifás, el gran pontífice, tocado con la migbáh. A cada<br />

extremo <strong>del</strong> semicírculo, sobre dos pequeñas tribunas coronadas por una mesa,<br />

se hallan los dos escribanos, uno para la condena, otro para la libertad,<br />

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