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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

V<br />

LA FAMILIA DE PITÁGORAS - LA ESCUELA Y SUS<br />

DESTINOS<br />

Entre las mujeres que seguían la enseñanza <strong>del</strong> maestro, se encontraba<br />

una joven de gran belleza. Su padre era de Crotona y se llamaba Brontinos.<br />

Ella Llamábase Theano. Pitágoras frisaba entonces en los sesenta años. Pero<br />

su gran dominio de las pasiones y una vida pura consagrada por completo a su<br />

misión, habían conservado intacta su fuerza viril. La juventud <strong>del</strong> alma, esa<br />

llama inmortal, que el gran iniciado extrae de su vida espiritual y que nutre<br />

por las fuerzas ocultas de la naturaleza, brillaba en él y subyugaba a los que le<br />

rodeaban. El mago griego no estaba en la decadencia, sino en el apogeo de su<br />

poder. Theano fue atraída hacia Pitágoras por la irradiación casi sobrenatural<br />

que emanaba de su persona. Grave, reservada, había buscado al lado <strong>del</strong><br />

maestro la explicación de los misterios que amaba sin comprender. Pero<br />

cuando a la luz de la verdad, al dulce calor que la envolvía poco a poco, sintió<br />

su alma florecer en el fondo de sí misma como la rosa mística de mil hojas,<br />

cuando sintió que ese florecimiento que venía de él y de su palabra, ella se<br />

enamoró silenciosamente <strong>del</strong> maestro con un entusiasmo sin límites y un amor<br />

apasionado.<br />

Pitágoras no había tratado de atraerla. Su afecto pertenecía a todos sus<br />

discípulos. Sólo pensaba en su escuela, en Grecia, en el porvenir <strong>del</strong> mundo.<br />

Como muchos grandes adeptos, había renunciado a la mujer para darse a su<br />

obra. La magia de su voluntad, la pasión espiritual de tantas almas como había<br />

formado, y que le quedaban ligadas como a un padre adorado, el incienso<br />

místico de todos esos amores inexpresados que subían hasta él, y ese perfume<br />

exquisito de simpatía humana que unía a los hermanos pitagóricos, todo ello<br />

substituía a la voluptuosidad, la dicha y el amor. Pero un día que meditaba<br />

solo sobre el porvenir de su Escuela, en la cripta de Proserpina, vio venir hacia<br />

él, grave y resuelta, aquella hermosa virgen a quien jamás había hablado a<br />

solas. Theano se arrodilló ante él y sin levantar la cabeza bajada hasta la tierra,<br />

suplicó al maestro, — ¡A él, que podía todo! — que la libertara de un amor<br />

imposible y desgraciado que consumía su cuerpo y devoraba su alma.<br />

Pitágoras quiso saber el nombre de aquel a quien amaba. Después de largas<br />

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