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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

con sus hermanos iniciados, bajo el ojo <strong>del</strong> Gran Uranos, y lo que quería<br />

comunicar a todos los hombres, prometiendo apaciguar las discordias, curar a<br />

los enfermos, mostrar las simientes que producen los mejores frutos de la<br />

tierra, y aquéllas aún más preciosas que producen los divinos frutos de la vida:<br />

la alegría, el amor, la belleza.<br />

Y mientras así hablaba, su voz grave y dulce vibraba como las cuerdas<br />

de una lira, y penetraba más y más en el corazón de los Tracios sobresaltados.<br />

Del fondo de los bosques, las Bacantes curiosas, con sus antorchas en mano,<br />

habían llegado también, atraídas por la música de una voz humana. Apenas<br />

vestidas con la piel de panteras, vinieron a mostrar sus pechos morenos y sus<br />

talles soberbios. Al resplandor de las nocturnas antorchas, sus ojos brillaban<br />

de lujuria y de crueldad. Pero, calmadas poco a poco por la voz de Orfeo, se<br />

agruparon a su alrededor o se sentaron a sus pies como bestias feroces<br />

domadas. Unas, sobrecogidas de remordimiento, fijaban en tierra una sombría<br />

mirada; otras escuchaban como encantadas. Y los Tracios emocionados,<br />

murmuraban entre ellos: “Es un Dios el que habla; es el mismo Apolo que<br />

encanta a las Bacantes”.<br />

Entre tanto, desde el fondo <strong>del</strong> bosque, Aglaonice espiaba. La gran<br />

sacerdotisa de Hécate, viendo a los Tracios inmóviles y a las Bacantes<br />

encadenadas por una magia más fuerte que la suma, sintió la victoria <strong>del</strong> cielo<br />

sobre el infierno, y su poder maldito hundirse en las niníeblas, de donde había<br />

salido, bajo la palabra <strong>del</strong> divino seductor. Ella enrojeció, y lanzándose ante<br />

Orfeo con un esfuerzo violento, dijo:<br />

— ¿Decís que es un Dios?. Y yo es digo que es Orfeo, un hombre como<br />

vosotros, un mago que os engaña, un tirano que se ciñe vuestras coronas.<br />

¿Decís un Dios?. ¿El hijo de Apolo?. ¿Él?. ¿El sacerdote?. ¿El orgulloso<br />

pontífice?. ¡Lanzaos sobre él!. ¡Si es Dios, que se defienda..., y si yo miento,<br />

desgarradme en pedazos!.<br />

Aglaonice venía seguida de algunos jefes excitados por sus maleficios e<br />

inflamados por su odio. Ellos se arrojaron sobre el hierofante. Orfeo lanzó un<br />

gran grito y cayó atravesado por sus espadas. Él tendió la mano a su discípulo,<br />

y dijo:<br />

— ¡Yo muero; mas los Dioses viven!.<br />

Luego, expiró. Inclinada sobre su cadáver, la maga de Tesalia, cuyo<br />

semblante se parecía ahora al de Tisífona, espiaba con salvaje alegría el último<br />

suspiro <strong>del</strong> profeta, y se preparaba a obtener un oráculo de su víctima. Más, a<br />

su grande espanto, aquella faz cadavérica se reanimó al resplandor flotante de<br />

la antorcha; una palidez rojiza se esparció por el semblante <strong>del</strong> muerto; sus<br />

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