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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

que pasan, en sus pensamientos que se escapan, en el mundo que cambia<br />

como un espejismo. No encontrando nada que dure, atormentada, arrojada<br />

como una hoja al viento, duda de sí misma y de un mundo divino que no se<br />

revela a ella más que por su dolor y su impotencia para alcanzarlo. La<br />

ignorancia humana está escrita en las contradicciones de los pretendidos<br />

sabios, y la tristeza humana en la sed insondable de la humana mirada. En fin,<br />

cualquiera que sea la extensión de sus conocimientos, el nacimiento y la<br />

muerte encierran al hombre entre dos límites fatales. Son dos puertas de<br />

tinieblas, más allá de las cuales nada ve. La llama de su vida se enciende al<br />

entrar por la una y se apaga al salir por la otra. ¿Pasará lo mismo con el alma?.<br />

Si no, ¿Qué es ella?.<br />

La respuesta que los filósofos han dado a este angustioso problema, ha<br />

sido muy diversa. La de los teósofos de todos los tiempos es la misma, en<br />

cuanto a lo esencial. Ella está de acuerdo con el sentimiento universal y con el<br />

espíritu íntimo de las religiones. Éstas no han expresado la verdad más que<br />

bajo formas supersticiosas o simbólicas. La doctrina esotérica abre<br />

perspectivas mucho más vastas, y sus afirmaciones están de acuerdo con las<br />

leyes de la universal evolución. He aquí lo que los iniciados, instruidos por la<br />

tradición y por las numerosas experiencias de la vida psíquica, han dicho al<br />

hombre: lo que se agita en ti, lo que tú llamas tu alma, es un doble etérico <strong>del</strong><br />

cuerpo que contiene en sí mismo un espíritu inmortal. El espíritu se construye<br />

y se teje, por su actividad propia, su cuerpo espiritual. Pitágoras le llama el<br />

sutil carro <strong>del</strong> alma, porque está destinado a arrebatarla de la tierra después de<br />

la muerte. Ese cuerpo espiritual es el órgano <strong>del</strong> espíritu, su envoltura<br />

sensitiva, su instrumento volitivo, y sirve para la animación <strong>del</strong> cuerpo, que<br />

sin ello sería inerte. En las apariciones de los moribundos o de los muertos,<br />

ese doble se vuelve visible. Pero eso supone siempre un estado nervioso<br />

especial en el vidente. La sutilidad, el poder, la perfección <strong>del</strong> cuerpo<br />

espiritual, varían según la cualidad <strong>del</strong> espíritu que contiene, y hay entre la<br />

substancia de las almas tejidas en la luz astral, pero impregnadas de los flúidos<br />

imponderables de la tierra y <strong>del</strong> cielo, matices más numerosos, diferencias<br />

más grandes, que entre todos los cuerpos terrestres y todos los estados de la<br />

materia ponderable. Ese cuerpo astral, aunque mucho más sutil, y más<br />

perfecto que el terrestre, no es mortal como la Mónada que él contiene.<br />

Cambia, se depura, según los medíos que atraviesa. El espíritu le moldea, le<br />

transforma perpetuamente a su imagen, pero no le abandona, y se desguarnece<br />

de él poco a poco, revistiéndose de substancias más etéreas. He aquí lo que<br />

Pitágoras enseñaba; que no concebía la entidad espiritual abstracta, la Mónada<br />

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