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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

imperfecta. Además, la libertad humana no existe de hecho para los que se<br />

sienten esclavos de sus pasiones; y no existe de derecho para los que no creen<br />

en el alma ni en Dios, y para quienes la vida es un relámpago entre dos nadas.<br />

<strong>Los</strong> primeros viven en la servidumbre <strong>del</strong> alma encadenada a las pasiones; los<br />

segundos en la servidumbre de la inteligencia limitada al mundo físico. No<br />

ocurre lo mismo al hombre religioso, ni al verdadero filósofo, y con mayor<br />

razón al teósofo iniciado, que realiza la verdad en la trinidad de su ser y en la<br />

unidad de su voluntad. Para comprender el origen <strong>del</strong> bien y <strong>del</strong> mal, el<br />

iniciado mira los tres mundos con los ojos <strong>del</strong> espíritu. Ve el mundo tenebroso<br />

de la materia y de la animalidad donde domina el inexorable Destino. Ve el<br />

mundo luminoso <strong>del</strong> Espíritu, que para nosotros es el mundo invisible, la<br />

inmensa jerarquía de las almas libres, donde reina la ley divina y que<br />

constituye por sí misma la Providencia en acción. Entre los dos, ve, en un<br />

claroscuro, a la humanidad, que le sumerge por su base en el mundo natural y<br />

toca por sus cimas al mundo divino. Tiene por genio: La Libertad. Porque<br />

desde el momento en que el hombre percibe la verdad y el error, queda en<br />

libertad para elegir: unirse a la Providencia cumpliendo la verdad, o caer bajo<br />

la ley <strong>del</strong> destino siguiendo el error. El acto de la voluntad, unido al acto<br />

intelectual, no es más que un punto matemático, pero de ese punto brota el<br />

universo espiritual. Todo espíritu siente parcialmente por instinto lo que el<br />

teósofo comprende totalmente por el intelecto, a saber: que el Mal es lo que le<br />

hace subir hacia la fatalidad de la miseria, que el Bien es lo que le hace subir<br />

hacia la ley divina <strong>del</strong> Espíritu. Su verdadero destino está en ascender siempre<br />

más alto y por su propio esfuerzo. Pero para esto es preciso también que sea<br />

libre de bajar a lo más bajo. El círculo de la libertad se ensancha hasta lo<br />

infinitamente grande a medida que se sube; se empequeñece hasta lo<br />

infinitamente pequeño a medida que se baja. Cuanto más se sube, más libre se<br />

es; cuanto más se entra en luz, más fuerza se adquiere para el bien. Cuanto<br />

más se desciende, más se es esclavo, porque cada caída en el mal disminuye la<br />

comprensión de lo verdadero y la capacidad <strong>del</strong> bien. El Destino reina sobre el<br />

pasado, la Libertad sobre el porvenir y la Providencia sobre los dos; es decir,<br />

sobre el presente siempre existente, que se puede llamar la Eternidad. (Esta<br />

idea resalta lógicamente <strong>del</strong> ternario humano y divino, de la trinidad <strong>del</strong><br />

macrocosmo, que hemos expuesto en los capítulos precedentes. La<br />

correlación metafísica <strong>del</strong> Destino, de la Libertad y de la Providencia ha<br />

sido admirablemente deducida por Fabre d’Olivet, en su comentario a los<br />

Versos dorados de Pitágoras). De la acción combinada <strong>del</strong> Destino, de la<br />

Libertad y de la Providencia surgen los destinos innumerables, infiernos y<br />

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