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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

viene de nada. El alma viene <strong>del</strong> agua o <strong>del</strong> fuego, o de los dos. Sutil<br />

emanación de los elementos, no se escapa de ellos más que para penetrarlos de<br />

nuevo. La Naturaleza eterna es ciega e inflexible. Resígnate a su ley fatal. Tu<br />

único mérito será el de conocerla y someterte a ella”.<br />

Luego miraba al firmamento y a las letras de fuego que forman las<br />

constelaciones en la profundidad insondable <strong>del</strong> espacio. Aquellas letras<br />

debían tener un sentido. Porque, si lo infinitamente pequeño de los átomos<br />

tiene su razón de ser, ¿Cómo lo infinitamente grande, la dispersión de los<br />

astros, cuya agrupación representa el cuerpo <strong>del</strong> Universo, no lo tendría?.<br />

¡Ah!, sí: cada uno de aquellos mundos tiene su ley propia, y todos en conjunto<br />

se mueven por un Número y en una armonía suprema. Pero, ¿Quién descifrará<br />

jamás el alfabeto de las estrellas?. <strong>Los</strong> sacerdotes de Juno le habían dicho: “Es<br />

el Cielo de los Dioses, que fue antes que la tierra. Tu alma de él viene. Ora<br />

ante ellos, para que ascienda de nuevo”.<br />

Esa meditación fue interrumpida por cánticos voluptuosos que salían de<br />

un jardín, a las orillas <strong>del</strong> Imbrasus. Las voces lascivas de las Lesbianas se<br />

armonizaban lánguidamente a los sones de la cítara; los jóvenes respondían a<br />

ellos con aires báquicos. A aquelas voces se mezclaron de repente otros gritos<br />

agudos y lúgubres salidos <strong>del</strong> puerto. Eran rebeldes que Policrato hacía cargar<br />

en una barca para venderlos en Asia como esclavos. Les golpeaban con<br />

correas armadas de clavo, para amontonarlos bajo los puentes de los remeros.<br />

Sus alaridos y sus blasfemias se perdieron en la noche; luego, todo entró en<br />

silencio.<br />

El joven tuvo un estremecimiento doloroso, pero lo reprimió para<br />

recogerse en sí mismo. El problema estaba ante él, más punzante, más agudo.<br />

La Tierra decía: ¡Fatalidad!; el Cielo decía: ¡Providencia!, y la Humanidad,<br />

que entre ambos flota, respondía: ¡Locura!, ¡Dolor!, ¡Esclavitud!. Más, en el<br />

fonde de sí mismo, el futuro adepto oía una voz invencible que respondía a las<br />

cadenas de la tierra y a los resplandores <strong>del</strong> cielo con este grito: ¡Libertad!.<br />

¿Quién tenía, pues, razón: los sabios, los sacerdotes, los locos, los<br />

desgraciados, o él mismo?. Todas aquellas voces decían verdad, cada una<br />

triunfaba en su esfera; pero ninguna le revelaba su razón de ser. <strong>Los</strong> tres<br />

mundo existían inmutables como el seno de Demeter, como la luz de los astros<br />

y como el corazón humano; pero sólo quien supiera encontrar su acuerdo y la<br />

ley de su equilibrio sería un verdadero sabio; sólo aquel que poseyera la<br />

ciencia divina y pudiera ayudar a los hombres. ¡En la síntesis de los tres<br />

mundos estaba el secreto <strong>del</strong> Kosmos!.<br />

Pronunciando esta palabra que acaba de encontrar, Pitágoras se levantó.<br />

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