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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

de rojo, de blanco y de negro, que tenía un látigo. Ella murmuraba palabras<br />

encantadas haciendo mover su rueca mágica, y sus ojos fijos en el vacío<br />

parecían devorar su presa. Rompí la rueca, pisoteé la Hécate, y atravesando a<br />

la maga con la mirada, exclamé: “¡Por Júpiter!. ¡Te prohibo pensar en<br />

Euridice, bajo pena de muerte!. Porque, sábelo, los hijos de Apolo no te<br />

temen”.<br />

“Aglaonice, suspensa, se retorció como una serpiente bajo mi gesto y<br />

desapareció en su caverna, lanzándome una mirada de odio mortal”.<br />

“Conduje a Euridice a las proximidades <strong>del</strong> templo. Las vírgenes <strong>del</strong><br />

Erebo, coronadas de jacinto, cantaron: ¡Himeneo!, ¡Himeneo! a nuestro<br />

alrededor, y conocí la felicidad”.<br />

“La luna sólo tres veces había cambiado, cuando una Bacante,<br />

empujada por la hija de Tesalia, presentó a Euridice una copa de vino, que le<br />

daría, a su decir, la ciencia de los filtros y de las hierbas mágicas. Euridice,<br />

curiosa, la bebió y cayó muerta. La copa contenía un veneno mortal”.<br />

“Cuando vi la hoguera que consumía a Euridice; cuando vi la tumba<br />

cubrir sus cenizas; cuando el último recuerdo de su forma viviente hubo<br />

desaparecido, exclamé: “¿Dónde está su alma?”. Partí desesperado y erré por<br />

toda Grecia. Pedí su evocación a los sacerdotes de Samotracia; la busqué en<br />

las entrañas de la tierra, en el cabo Tenaro; en vano. Por fin llegué al antro de<br />

Trofonio. Allí, ciertos sacerdotes conducían a algunos visitantes temerarios<br />

por una grieta <strong>del</strong> suelo, hasta los lagos de fuego que hierven en el interior de<br />

la tierra, y haciéndoles ver lo que allí pasa. Durante el descenso, se entra en<br />

éxtasis, y la segunda vista se abre. Se respira apenas, la voz se apaga, no se<br />

puede hablar más que por signos. Unos se vuelven a la mitad <strong>del</strong> camino, otros<br />

persisten y mueren asfixiados; la mayor parte de los que salen vivos se<br />

vuelven locos. Después de haber visto lo que ninguna boca debe decir, subí a<br />

la gruta y caí en profundo letargo. Durante aquel sueño de muerte se me<br />

apareció Euridice. Ella flotaba en un nimbo, pálida como un rayo lunar, y me<br />

dijo: “Por mí has desafiado al infierno, me has buscado entre los muertos.<br />

Heme aquí; vengo a verte a tu voz. No habito el seno de la Tierra, sino la<br />

región <strong>del</strong> Erebo, el cono de sombra entre la Tierra y la Luna. Giro en<br />

torbellinos en ese limbo, llorando como tú. Si quieres libertarme, salva a<br />

Grecia dóndole la luz. Entonces yo, volviendo a encontrar mis alas, subiré<br />

hacia los astros, y me volverás a encontrar en la luz de los Dioses. Hasta<br />

entonces me es preciso errar en la esfera turbia y dolorosa...”. Por tres veces la<br />

quise coger; por tres veces se desvaneció en mis brazos como una sombra. Oí<br />

únicamente como un sonido de cuerda que se desgarra; luego una voz débil<br />

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