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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

lenguaje atrevido. “Saldrá un brote <strong>del</strong> tronco de Jessé, un vastago saldrá de<br />

sus raíces, y el Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, el Espíritu de Consejo y<br />

de Fuerza, el Espíritu de Ciencia y de Temor <strong>del</strong> Eterno. Juzgará con justicia a<br />

los pequeños y condenará con rectitud para mantener a los buenos sobre la<br />

tierra; y castigará a la tierra con el látigo y la boca y hará morir al malvado por<br />

el espíritu de sus labios”. (Isaías, XI, 1-5). A esta visión el alma sombría <strong>del</strong><br />

profeta se calma y se aclara como un cielo de tormenta al temblor de una arpa<br />

celeste, y todas las tempestades huyen. Porque ahora es realmente la imagen<br />

<strong>del</strong> galileo la que se dibuja en su ojo interno: “Él ha salido como una flor de la<br />

tierra seca, ha crecido sin brillo. Es despreciado y el último de los hombres, un<br />

hombre de dolores. Se ha cargado de nuestros dolores y hemos creído que era<br />

un castigado por Dios. Ha quedado desolado por nuestros <strong>del</strong>itos y abatido por<br />

nuestras iniquidades. El castigo que nos trae la paz, ha caído sobre él y<br />

tenemos la curación de su llaga... Le acosan, le abaten y le llevan a la muerte<br />

como a un cordero y no ha abierto la boca”. (Isaías, LII, 2-8).<br />

Durante ocho siglos, sobre las disensiones y los infortunios nacionales,<br />

el verbo tonante de los profetas hizo dominar sobre todo la idea y la imagen<br />

<strong>del</strong> Mesías, tan pronto como un vengador terrible, como un ángel de<br />

misericordia. Incubada bajo la tiranía asiría en el destierro de Babilonia,<br />

nacida bajo la dominación persa, la idea mesiánica no hizo más que<br />

engrandecerse bajo el reino de los Seleúcidas y de los Macabeos. Cuando<br />

llegaron la dominación romana y el reino de Herodes, el Mesías vivía en todas<br />

las conciencias. Si los grandes profetas le habían visto bajo el aspecto de un<br />

justo, de un mártir, de un verdadero hijo de Dios, el pueblo, fiel a la idea<br />

judaica, se lo figuraba como un David, como un Salomón o como un nuevo<br />

Macabeo. Pero, como quiera que ello fuese, todo el mundo creía en aquel<br />

restaurador de la gloria de Israel, le esperaba, le llamaba. Tal es la fuerza de la<br />

acción profética.<br />

Así, de igual modo que la historia romana conduce fatalmente a César<br />

por la vía instintiva y la lógica infernal <strong>del</strong> Destino, así también la historia de<br />

Israel conduce libremente al Cristo por la vía consciente y la lógica divina de<br />

la Providencia manifestada en sus representantes visibles: los profetas. El mal<br />

queda de continuo condenado a contradecirse y a destruirse a sí mismo,<br />

porque es lo falso; pero el Bien, a pesar de todos los obstáculos, engendra la<br />

luz y la armonía en la serie de los tiempos, porque él es la fecundidad de lo<br />

verdadero. De su triunfo, Roma sólo extrajo el cesarismo; de su hundimiento,<br />

Israel dio a luz al Mesías, dando razón a esta hermosa frase de un poeta<br />

moderno: “De su propio naufragio, la Esperanza crea la cosa contemplada”.<br />

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