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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

imposible fijar la época en que vivió el gran profeta iranio autor <strong>del</strong> Zend<br />

Avesta, pero la supone, probablemente allá por el año 2500 antes de J. C.<br />

La fecha indicada por Plinio corresponde casi con la época<br />

aproximadamente admitida por los modernos orientalistas. Pero Hermipo, que<br />

se ocupa especialmente de este asunto, debió poseer, referente a Persia,<br />

documentos y tradiciones hoy desaparecidos. La fecha de 5000 años antes de<br />

J. C, nada tiene de improbable, dada la prehistórica antigüedad de la raza aria.<br />

Pero luego, pasados los siglos, los turanos venidos de las llanuras <strong>del</strong><br />

Norte y los montes de Mongolia, invadieron la vieja Ariana Vaeya, la tierra de<br />

lo$ puros y de los fuertes. Inagotable semillero humano, surgieron los<br />

turanios, de la más resistente raza atlanta, individuos rechonchos, de amarilla<br />

tez y diminutos ojos semicerrados. Forzudos forjadores de armas, caballeros<br />

astutos y saqueadores, adoraban también el fuego, no la lumbre que ilumina<br />

las almas y unifica las tribus, sino el fuego terrestre manchado de elementos<br />

impuros, generador de tenebrosos encantamientos, el fuego que otorga<br />

riquezas y poderío, que estimula crueles deseos. Se les creía consagrados a las<br />

entidades tenebrosas.<br />

Toda la historia de los primitivos arios se reduce a sus luchas con los<br />

turanios. Bajo el choque de las primeras invasiones, las tribus arias se<br />

dispersaron. Huyeron ante los hombres amarillos, caballeros sobre brutos<br />

negros como si se vieran enfrentados por un ejército de demonios. <strong>Los</strong> más<br />

recalcitrantes se refugiaron en las montañas; los demás se sometieron,<br />

sufriendo el yugo <strong>del</strong> vencedor y adoptando su corrompido culto.<br />

En aquella época nació, en las montaraces tribus <strong>del</strong> Elburz, llamado<br />

entonces Albordj, un muchacho que hubo por nombre Ardjasp, descendiente<br />

de una antigua familia real.<br />

Transcurrió entre su tribu la juventud de Ardjasp cazando búfalos y peleando<br />

contra los turanios. Por la noche, bajo la tienda, el hijo <strong>del</strong> rey desposeído<br />

soñaba a veces en restaurar al antiguo reino de Yima (El Rama indo, al que se<br />

hace referencia al principio <strong>del</strong> Zend Avesta, bajo el nombre de Yima y que<br />

reaparece en la leyenda persa en la figura de Djemchyd), el poderoso. Pero<br />

no era más que un sueño indefinido, porque no disponía para tal empresa de<br />

caballos ni hombres, de armas ni fuerza.<br />

Un día, un loco visionario, un santo harapiento de los que han pululado<br />

siempre en Asia, un pyr, le predijo que llegaría a reinar sin cetro ni diadema,<br />

con más poder que todos los reyes de la tierra, coronado por el sol. Esto fue<br />

todo.<br />

Una mañana clara, en una de sus rutas solitarias, llegó Aldjasp a un<br />

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