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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

dice Esquilo.<br />

Apolo brotó de la gran noche en Delfos: todas las diosas saludan su<br />

nacimiento; él marcha; coge el arco y la lira; sus bucles flotan al aire; su<br />

carcax resuena en sus hombros, y el mar palpita de él, y toda la isla<br />

resplandece de él en un baño de llama y oro. Es la epifanía de la luz divina,<br />

que por su augusta presencia crea el orden, el esplendor y la armonía, de los<br />

que la poesía es un eco maravilloso. El Dios va a Delfos y traspasa con sus<br />

flechas a una monstruosa serpiente que desolaba la comarca; sanea el país y<br />

funda un templo, imagen de la victoria de esta luz divina sobre las tinieblas y<br />

el mal. En las religiones antiguas, la serpiente simboliza a la vez el círculo<br />

fatal de la vida y el mal que de ello resulta. Y sin embargo, de esta vida<br />

comprendida y dominada sale el conocimiento. Apolo, matador de la<br />

serpiente, es el símbolo <strong>del</strong> iniciado que traspasa la naturaleza por la ciencia,<br />

la domina por su voluntad, y rompiendo el círculo fatídico de la carne, sube en<br />

el esplendor <strong>del</strong> espíritu, mientras que los trozos quebrados de la animalidad<br />

humana se retuercen en la arena. He ahí por qué Apolo es el maestro de las<br />

expiaciones, de las purificaciones <strong>del</strong> alma y <strong>del</strong> cuerpo. Salpicado por la<br />

sangre <strong>del</strong> monstruo, ha expiado, se ha purificado en un destierro de ocho<br />

años, bajo los laureles amargos y salubres <strong>del</strong> valle de Tempé. Apolo,<br />

educador de los hombres, gusta de habitar en medio de ellos; se solaza en las<br />

ciudades, entre la juventud masculina, en las luchas de la poesía y de la<br />

palestra; pero sólo temporalmente vive en ellas. En otoño vuelve a su patria, al<br />

país de los Hiperbóreos. Es el pueblo misterioso de las almas luminosas y<br />

transparentes que viven en la eterna aurora de una felicidad perfecta. Allí están<br />

sus verdaderos sacerdotes y sus amadas sacerdotisas. Él vive con ellos en una<br />

comunidad íntima y profunda; y cuando quiere hacer un don real a los<br />

hombres, les trae al país de los Hiperbóreos una de esas grandes almas<br />

luminosas, y la hace nacer sobre la tierra para enseñar y encantar a los<br />

mortales. Él, entre tanto, vuelve a Delfos todas las primaveras cuando se<br />

cantan los himnos. Él llega, visible a los iniciados sólo, en su blancura<br />

hiperbórea, sobre un carro arrastrado por cisnes melodiosos. Él vuelve a<br />

habitar en el santuario, donde la Pitonisa transmite sus oráculos, donde le<br />

escuchan los sabios y los poetas. Entonces, los ruiseñores cantan; la fuente de<br />

Castalia hierve a borbotones de plata; los efluvios de una luz deslumbradora y<br />

de una música celeste penetran en el corazón <strong>del</strong> hombre y hasta en las venas<br />

de la Naturaleza.<br />

En esa leyenda de los Hiperbóreos, apunta en rayos brillantes el fondo<br />

esotérico <strong>del</strong> mito de Apolo. El país de los Hiperbóreos es el más allá: el<br />

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