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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

adolescente, con una completa lucidez dé las cosas de la vida real. Lucas nos<br />

lo representa a la edad de doce años, “creciendo en fuerza, en gracia y en<br />

sabiduría”. La conciencia religiosa fue en Jesús cosa innata, absolutamente<br />

independiente <strong>del</strong> mundo externo. Su conciencia profética y mesiánica sólo<br />

pudo despertarse al choque con el exterior, al espectáculo de su tiempo, es<br />

decir, por una iniciación especial y una larga elaboración interna. Las huellas<br />

se encuentran en los Evangelios y en otros lados.<br />

La primera gran conmoción fue originada por aquel viaje con sus padres<br />

a Jerusalén, de que habla Lucas. Aquella ciudad, orgullo de Israel, se había<br />

convertido en el centro de las aspiraciones judías. Sus desgracias no habían<br />

hecho más que exaltar los espíritus. Se hubiese dicho que cuantas más tumbas<br />

se amontonaban, más esperanzas había. Bajo los seleúcidas, bajo los<br />

macabeos, por Pompeyo y por Herodes, Jerusalén había sufrido sitios<br />

espantosos. La sangre había corrido a torrentes; las legiones romanas habían<br />

hecho <strong>del</strong> pueblo una carnicería por las calles; crucifixiones en masa habían<br />

manchado las colinas con escenas infernales. Después de tantos horrores,<br />

después de la humillación de la ocupación romana, después de haber<br />

diezmado al sanhedrín y reducido el pontífice a ser sólo un esclavo<br />

tembloroso, Herodes, como por ironía, había reconstruido el templo más<br />

magníficamente que Salomón. Jerusalén continuaba, empero, siendo la ciudad<br />

santa. Isaías, que Jesús leía con preferencia, ¿No la había llamado, “la<br />

prometida ante la cual se prosternarán los pueblos?” El había dicho: “Se<br />

llamarán tus murallas ¡salvación!, tus puertas ¡alabanzal y las naciones<br />

marcharán al esplendor que se levantará sobre ti”. (Isaías, LX, 3 y 18). Ver<br />

Jerusalén y el templo de Jehovah, era el sueño de todos los judíos, sobre todo<br />

desde que Judea era provincia romana. Para verlos venían desde Perea,<br />

Galilea, Alejandría y Babilonia. En camino en el desierto, bajo las palmas, al<br />

lado de los pozos, cantaban salmos, suspiraban por el vestíbulo <strong>del</strong> Eterno<br />

buscando con los ojos la colina de Sión.<br />

Un extraño sentimiento de opresión debió invadir el alma de Jesús<br />

cuando vio en su primera peregrinación la ciudad con sus murallas<br />

formidables, asentada sobre la montaña como una fortaleza sombría; cuando<br />

vio a sus puertas el anfiteatro romano de Herodes; la torre Antonia dominando<br />

al templo; legionarios, empuñando la lanza, que vigilaban desde lo alto. Subió<br />

la escalinata <strong>del</strong> templo. Admiró el esplendor de los pórticos de mármol,<br />

donde los fariseos paseaban con suntuoso ropaje. Atravesó el patio de los<br />

gentiles, el patio de las mujeres. Se aproximó con la muchedumbre israelita a<br />

la puerta de Nicanor y a la balaustrada de tres codos, tras la cual se veían<br />

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