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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

reconocieran su poderío.<br />

Adjasp rindióse con los de su tribu, no para someterse, sino para mirar<br />

al enemigo cara a cara.<br />

El rey Zohak, envuelto en una piel de lince, ocupaba un trono de oro<br />

colocado sobre un otero alfombrado con ensangrentadas pieles de búfalo. En<br />

torno de él, formando amplio círculo, permanecían los caudillos, armados de<br />

puntiagudas lanzas. A un lado, un pequeño grupo de arios. Al otro, centenares<br />

de turanios. A espaldas <strong>del</strong> rey, abríase un templo rústico tallado en la<br />

montaña como una especie de gruta. Dos enormes dragones de piedra<br />

toscamente esculpidos sobre enormes bloques de pórfido, guardaban la<br />

entrada y servían de ornamento. En el centro, sobre un altar de basalto, ardía<br />

una llama escarlata en la que echaban osamentas humanas, sangre de<br />

escorpiones y de toros.<br />

Tras la ardiente pira veíase de cuando en cuando a dos enormes<br />

serpientes calentarse en la llama. (De ahí proviene que, en las tradiciones<br />

persas <strong>del</strong> Zer-duscht-Naméh y el Schah-Naméh, se represente al rey Zohak<br />

con dos serpientes saliéndole de las espaldas).<br />

Tenían patas de dragón y carnosos capuchones de crestas móviles. Eran<br />

las últimas supervivientes de los pterodáctilos antediluvianos. Estos monstruos<br />

obedecían a las varas de dos sacerdotes.<br />

Era el templo Angra-Mayniú (Arimán), señor de las potestades<br />

tenebrosas, dios de los turanios.<br />

Apenas llegado Ardjasp con los hombres de su tribu, los soldados<br />

condujeron ante el rey a una cautiva. Era una mujer magnífica, casi desnuda.<br />

Un jirón de tela cubría apenas su cintura. <strong>Los</strong> anillos de oro enroscados a sus<br />

tobillos indicaban su noble alcurnia. Llevaba los brazos atados a la espalda y<br />

gotas de sangre salpicaban su cutis albo. Iba sujeta por el cuello con una<br />

cuerda trenzada con crin de caballo, tan negra casi como sus sueltos cabellos,<br />

que cubrían su espalda y sus palpitantes senos.<br />

Ardjasp reconoció horrorizado a la mujer de la fuente, a Arduizur. Más<br />

¡Ay!. ¡Cuán distinta aparecía!. Pálida de angustia, no fulguraban ya sus<br />

apagados ojos. Bajó la cabeza, con la muerte en el alma.<br />

El rey Zohak dijo<br />

— Esta mujer es la más noble cautiva de los arios rebeldes <strong>del</strong> monte<br />

Albordj. La ofrezco al que de vosotros sepa merecerla. Pero es necesario que<br />

antes se consagre al dios Angra-Mayniú, vertiendo sangre suya en el fuego y<br />

bebiendo sangre de toro. Exijo luego que me preste juramento en vida y<br />

muerte colocando su cabeza bajo mis pies. El que esto haga, que tome por<br />

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