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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

de numerosa familia, que no sabía cómo alimentar, se emocionó de piedad por<br />

el pobre niño y le llevó a su casa. El sol se había puesto, la luna subía sobre<br />

el Ganges, la familia había pronunciado la oración de la noche, cuando el<br />

niño murmuró a media voz: “El fruto <strong>del</strong> kataca purifica el agua; de igual<br />

modo las buenas acciones purifican el alma. Toma tus redes, Durga; tu barca<br />

flota sobre el Ganges”. Durga echó sus redes y cuando las retiró se rompían<br />

bajo el peso <strong>del</strong> pescado. El niño había desaparecido. Así, decía Krishna,<br />

cuando el hombre olvida su propia miseria por la de los demás, Vishnú se<br />

manifiesta y le hace dichoso en su corazón. Por medio de tales ejemplos,<br />

Krishna predicaba el culto de Vishnú. Todos se maravillaban de encontrar a<br />

Dios tan cerca de su corazón cuando hablaba el hijo de Devaki.<br />

El renombre <strong>del</strong> profeta <strong>del</strong> monte Meru se difundió por la India. <strong>Los</strong><br />

pastores que le habían visto crecer y habían asistido a sus primeras hazañas,<br />

no podían creer que aquel santo personaje fuera el héroe impetuoso que<br />

habían conocido. Él viejo Nanda había muerto. Pero sus dos hijas Sarasvati y<br />

Nichdali, que Krishna amaba, vivían aún. Diverso había sido su destino.<br />

Sarasvati, irritada por la partida de Krishna, había buscado el olvido en el<br />

matrimonio; había sido la mujer de un hombre de casta noble, que la tomó por<br />

su belleza, pero en seguida la había repudiado y vendido a un wayshia o<br />

comerciante. Sarasvati había dejado por desprecio a aquel hombre, para<br />

convertirse en una mujer de mala vida. Luego, un día, desolada en su corazón,<br />

llena de remordimientos y de asco, volvió hacia su país y fue a buscar<br />

secretamente a su hermana Nichdali.<br />

Ésta, pensando siempre en Krishna como si estuviera presente, no se<br />

había casado, y vivía con un hermano como sirvienta. Sarasvati le contó sus<br />

infortunios y su vergüenza, y Nichdali le respondió:<br />

— ¡Pobre hermana mía!. Te perdono; pero mi hermano no te perdonará.<br />

Sólo Krishna podría salvarte.<br />

Una llama brilló en los apagados ojos de Sarasvati.<br />

— ¡Krishna! — dijo —. ¿Qué ha sido de él?.<br />

— Es un santo, un gran profeta. Ahora predica en las orillas <strong>del</strong> Ganges.<br />

— Vamos a buscarle — dijo Sarasvati —. Y las dos hermanas se<br />

pusieron en camino: la una agostada por las pasiones, la otra perfumada de<br />

inocencia, y, sin embargo, las dos consumidas por un mismo amor.<br />

Krishna se disponía a enseñar su doctrina a los guerreros o kchatryas.<br />

Porque por turno predicaba a los brahmanes, a los hombres de la casta militar<br />

y al pueblo. A los brahmanes les explicaba, con la calma de la edad madura, las<br />

verdades profundas de la ciencia divina; ante los rajas celebraba las virtudes<br />

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