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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

esta doctrina en el Génesis: “Aelohím dijo: Hágase la luz, y la luz se hizo”.<br />

Luego, la creación de la luz precede a la <strong>del</strong> sol y las estrellas. Eso quier decir<br />

que en el orden de los principios y de la cosmogonía, la luz inteligible precede<br />

a la luz material. <strong>Los</strong> Griegos, que fundieron en la forma humana y<br />

dramatizaron las más abstractas ideas, expresaron la misma doctrina en el mito<br />

de Apolo hiperbóreo.<br />

El espíritu humano llegó pues por la contemplación interna <strong>del</strong><br />

universo, desde el punto de vista <strong>del</strong> alma y de la inteligencia, a concebir una<br />

luz inteligible, un elemento imponderable sirviendo de intermediario entre la<br />

materia y el espíritu. Fácil sería el mostrar que los físicos modernos se<br />

aproximaron insensiblemente a la misma conclusión por un camino opuesto,<br />

es decir, buscando la constitución de la materia y viendo la imposibilidad de<br />

explicarla por sí misma. En el siglo XVI, Paracelso, estudiando las<br />

combinaciones químicas y las metamorfosis de los cuerpos, había llegado a<br />

admitir un agente universal y oculto por medio <strong>del</strong> que se operan. <strong>Los</strong> físicos<br />

de los siglos XVII y XVIII, que concibieron el universo como una máquina<br />

muerta, creyeron en el absoluto vacío de los espacios celestes. Sin embargo,<br />

cuando se reconoció que la luz no es la emisión de una materia radiante, sino<br />

la vibración de un elemento imponderable, se tuvo que admitir que el espacio<br />

entero está lleno de un flúido infinitamente sutil que penetra todos los cuerpos<br />

y por el cual se transmiten las ondas <strong>del</strong> calor y de la luz. Se volvía así a las<br />

ideas de la física y de la teosofía griegas. Newton, que había pasado su vida<br />

entera estudiando los movimientos de los cuerpos celestes, fue más lejos. El<br />

llamó a ese éter sensorium Dei, o el cerebro de Dios, es decir, el órgano por el<br />

cual el pensamiento divino obra en lo infinitamente grande como en lo<br />

infinitamente pequeño. (Como ya se dijo antes, la ciencia moderna ha<br />

desechado por completo la hipótesis <strong>del</strong> éter. Esto, también se dijo, sin<br />

perjuicio de la idea de un éter inmaterial. N. <strong>del</strong> T.). Al emitir esa idea que le<br />

parecía necesaria para explicar la simple rotación de los astros, ese gran físico<br />

nadaba en plena filosofía esotérica. El éter, que el pensamiento de Newton<br />

encontraba en los espacios, Paracelso lo había encontrado en el fondo de sus<br />

alambiques y lo había llamado luz astral. Más, ese flúido imponderable,<br />

aunque en todas partes presente, que penetra todo, ese agente sutil e<br />

indispensable, esa luz invisible a nuestros ojos, pero que está en el fondo de<br />

todos los centelleos y de todas las fosforescencias, un físico alemán lo<br />

descubrió en una serie de experiencias sabiamente ordenadas. Reichenbach<br />

había notado que los sujetos de una fibra nerviosa muy sensible, colocada ante<br />

una cámara perfectamente oscura, frente a un imán, veía en sus dos extremos<br />

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