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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

doctores, hombres de importancia y de autoridad, le pidieron razón de su trato<br />

con los empleados de baja clase y gentes de mala vida. ¿Por qué sus discípulos<br />

osaban rebuscar espigas el día <strong>del</strong> sábado?. Eran violaciones graves contra sus<br />

prescripciones. Jesús les respondió, con su dulzura y amplitud de ideas, con<br />

palabras de ternura y mansedumbre. Ensayó sobre ellos su verbo de amor. Les<br />

habló <strong>del</strong> amor de Dios, que se regocija más de un pecador arrepentido que de<br />

algunos justos. Les contó la parábola de la oveja perdida y <strong>del</strong> hijo pródigo.<br />

Embarazados, se callaron al pronto; más habiéndose concertado de nuevo,<br />

volvieron a la carga reprochándole el curar enfermos en sábado. “¡Hipócritas!<br />

— respondió Jesús con un relámpago de indignación en los ojos —, ¿No<br />

quitáis la cadena <strong>del</strong> cuello de vuestros bueyes para conducirles al abrevadero<br />

el día <strong>del</strong> sábado, y la hija de Abraham no va a poder ser libertada tal día de<br />

las cadenas de Satán?”. No sabiendo ya qué decir, los fariseos le acusaron de<br />

expulsar los demonios en nombre de Belzebuth. Jesús les respondió, con tanto<br />

tacto y sutileza como profundidad, que el diablo no se expulsa a sí mismo, y<br />

agregó que el pecado contra el Hijo <strong>del</strong> Hombre será perdonado, pero no el<br />

cometido contra el Espíritu Santo, queriendo decir con ello que hacía poco<br />

caso de las injurias contra su persona, pero que negar el Bien y la Verdad<br />

cuando se ven, es la perversidad intelectual, el vicio supremo, el mal<br />

irremediable. Estas palabras eran una declaración de guerra. Le llamaban:<br />

¡Blasfemo!; a lo que respondía: ¡Hipócritas!. ¡Secuaz de Belzebuth!; a lo que<br />

respondía: ¡Raza de víboras!. A partir de ese momento, la lucha fue<br />

envenenándose y creciendo siempre. Jesús desplegó en ella una dialéctica fina<br />

y apretada, incisiva. Su palabra fustigaba como un látigo, atravesaba como un<br />

dardo. Había cambiado de táctica; en lugar de defenderse, atacaba y respondía<br />

a las acusaciones con acusaciones más fuertes, sin piedad para el vicio radical:<br />

la hipocresía. “¿Por qué saltáis sobre la Ley de Dios a causa de vuestra<br />

tradición?. Dios ha ordenado: Honra a tu padre y a tu madre; vosotros<br />

dispensáis de honrarlos cuando el dinero afluye al templo: Sólo servís a Isaías<br />

con los labios, sois devotos sin corazón”.<br />

Jesús no cesaba de ser dueño de sí mismo; pero se exaltaba, se crecía en<br />

aquella lucha. A medida que le atacaban, se afirmaba más alto como Mesías.<br />

Comenzaba a amenazar al templo, a predicar la desgracia de Israel, a hacer<br />

alusión a los paganos, decir que el Señor enviaría otros obreros a su viña.<br />

Entonces, los fariseos de Jerusalén se excitaron. Viendo que no podían<br />

cerrarle la boca ni comprarle, cambiaron a su vez de táctica, imaginando un<br />

lazo para perderle. Le enviaron comisionados para hacerle decir una herejía<br />

que permitiera al sanhedrín prenderle como blasfemo, en nombre de la ley de<br />

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