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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Zeus mismo, si nos abandonas?.<br />

— ¿No estoy con vosotros? — continuó Orfeo con dulzura.<br />

— Has llegado; pero demasiado tarde — dijo el anciano —. Aglaonice<br />

conduce a las Bacantes y las Bacantes conducen a los Tracios. ¿Les rechazarás<br />

con el rayo de Júpiter y con las flechas de Apolo?. ¿Por qué no has llamado a<br />

este recinto a los jefes tracios fieles a Zeus para aplastar la rebelión?.<br />

— No es con las armas, sino con la palabra, como se defiende a los<br />

Dioses. No hay que combatir a los jefes, sino a las Bacantes. Iré yo solo.<br />

Quedad tranquilos. Ningún profano franqueará este sagrado recinto. Mañana<br />

terminará el reino de las sanguinarias sacerdotisas. Y sabedlo bien, vosotros<br />

que tembláis ante la horda de Hécate, vencerán los dioses celestes y solares. A<br />

ti, anciano, que dudabas de mí, dejo el cetro de pontífice y la corona de<br />

hierofante.<br />

— ¿Qué vas a hacer? — dijo el anciano asustado. —Voy a unirme a los<br />

Dioses... ¡Hasta la vista todos!.<br />

Orfeo salió dejando a los sacerdotes mudos sobre sus asientos. En el<br />

templo encontró al discípulo de Delfos, y cogiéndole con fuerza la mano, le<br />

dijo:<br />

— Voy al campo de los Tracios. Sígueme.<br />

Marchaban bajo las encinas; la tempestad se había alejado; entre las<br />

espesas ramas brillaban las estrellas.<br />

— ¡Ha llegado para mí la hora suprema! — dijo Orfeo —.<br />

Otros me han comprendido, tú me has amado. Eros es el más antiguo de<br />

los Dioses, dicen los iniciados; él contiene la clave de todos los seres.<br />

También te he hecho penetrar en el fondo de los Misterios; los Dioses te han<br />

hablado, tú les has visto!... Ahora, lejos de los hombres, solos ambos, a la hora<br />

de su muerte, Orfeo debe dejar a su discípulo amado el enigma de su destino,<br />

la inmortal herencia, la pura antorcha de su alma.<br />

— ¡Maestro!: escucho y obedezco — dijo el discípulo de Delfos.<br />

— Caminemos — dijo Orfeo — por ese sendero que desciende. La hora<br />

se aproxima. Quiero sorprender a mis enemigos. Sígueme y escucha: graba<br />

mis palabras en tu memoria, pero guárdalas como un secreto.<br />

— Se imprimirán en letras de fuego sobre mi corazón; los siglos no las<br />

borrarán.<br />

— Tú sabes ahora que el alma es hija <strong>del</strong> cielo. Has contemplado su<br />

origen y su fin y comienzas a recordarlo. Cuando desciende a la carne, ella<br />

continúa, aunque débilmente, recibiendo la influencia de arriba. Por nuestras<br />

madres, ese soplo potente nos llega al principio. La leche de su seno alimenta<br />

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