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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

culto que en ningún modo pertenece a la pura tradición de Orfeo. Porque<br />

éste depuró completamente y transfiguró el Baco popular en Dionisos<br />

celeste, símbolo <strong>del</strong> espíritu divino que evoluciona a través de todos los<br />

reinos de la naturaleza. — Cosa curiosa, volvemos a encontrar el Baco<br />

infernal de las Bacantes en el Satán de cabeza de toro que adoraban las<br />

brujas de la Edad Media en sus aquelarres nocturnos. Es el famoso<br />

Baphomet; la Iglesia, para desacreditar a los templarios, les acusó de<br />

pertenecer a la secta que le adoraba).<br />

Las Bacantes primitivas fueron pues las druidesas de Grecia. Muchos<br />

jefes tracios continuaban fieles a los viejos cultos varoniles. Pero las Bacantes<br />

se habían insinuado entre algunos de sus reyes que reunían a las costumbres<br />

bárbaras el lujo y los refinamientos <strong>del</strong> Asia. Ellas les habían seducido por la<br />

voluptuosidad y dominado por el terror. De este modo los Dioses habían<br />

dividido la Tracia en dos campos enemigos. Pero los sacerdotes de Júpiter y<br />

de Apolo, sobre sus cimas desiertas, acompañados por cl rayo, eran<br />

impotentes contra Hécate, que vencía en los valles ardientes y que desde sus<br />

profundidades comenzaba a amenazar a los altares de los hijos de la luz.<br />

En esta época había aparecido en Tracia un hombre joven, de raza real y<br />

dotado de una seducción maravillosa. Se decía que era hijo de una sacerdotisa<br />

ele Apolo. Su voz melodiosa tenía un encanto extraño. Hablaba de los dioses<br />

en un ritmo nuevo y parecía inspirado. Su blonda cabellera, orgullo de los<br />

Dorios, caía en ondas doradas sobre sus hombros y la música que fluía de sus<br />

labios prestaba un contorno suave y triste a las comisuras de su boca. Sus ojos,<br />

de un profundo azul, irradiaban fuerza, dulzura y magia. <strong>Los</strong> feroces Tracios<br />

evitaban su mirada; pero las mujeres versadas en el arte de los encantos decían<br />

que aquellos ojos mezclaban en su filtro de azul las flechas <strong>del</strong> sol con las<br />

caricias de la luna. Las mismas Bacantes, curiosas de su belleza, merodeaban<br />

con frecuencia a su alrededor como panteras amorosas, y sonreían a sus<br />

palabras incomprensibles.<br />

De repente, aquel joven, que llamaban el hijo de Apolo, desapareció. Se<br />

elijo que había muerto, descendiendo a los infiernos. Había huido<br />

secretamente a Samotracia, luego a Egipto, donde había pedido asilo a los<br />

sacerdotes de Memphis. Después de atravesar sus Misterios, volvió al cabo de<br />

veinte años bajo un nombre de iniciación que había conquistado por sus<br />

pruebas y recibido de sus maestros, como un signo de sumisión. Se llamaba<br />

ahora Orfeo o Arpha, (Palabra fenicia, compuesta de aur, luz, y de rophae,<br />

curación), lo que quiere decir: Aquel que cura por la luz.<br />

El más viejo santuario de Júpiter se elevaba entonces sobre el monte<br />

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