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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Al pronto volvió a ver en su espíritu todo el pasado de la humanidad.<br />

Pesó la gravedad de la hora presente. Roma vencía; con ella, lo que los magos<br />

persas habían llamado el reino de Ahrimán y los profetas el reino de Satán, el<br />

signo de la Bestia, la apoteosis <strong>del</strong> Mal. Las tinieblas invadían la Humanidad,<br />

esta Alma de la tierra. El pueblo de Israel había recibido de Moisés la misión<br />

real y sacerdotal de representar a la viril religión <strong>del</strong> Padre, <strong>del</strong> Espíritu puro,<br />

de enseñarla a las otras naciones y hacerla triunfar. ¿Habían cumplido esta<br />

misión sus reyes y sacerdotes?. <strong>Los</strong> profetas, que sólo habían tenido<br />

conciencia de ello, respondían con unánime voz: ¡No!. Israel agonizaba bajo la<br />

presión de Roma. ¿Era preciso arriesgar, por centésima vez, una sublevación<br />

como la soñaban aún los fariseos, una restauración de la majestad temporal de<br />

Israel por la fuerza?. ¿Era preciso declararse hijo de David y exclamar con<br />

Isaías: “Pisotearé a los pueblos en mi cólera, y les embriagaré en mi<br />

indignación, y derribaré a tierra su fuerza?”. ¿Se necesitaba ser un nuevo<br />

Macabeo y hacerse nombrar pontífice-rey?. Jesús podía tentarlo. Había visto a<br />

las multitudes prestas a sublevarse a la voz de Juan el Bautista, y la fuerza que<br />

en sí mismo sentía era más grande aún. ¿Pero podría la violencia terminar con<br />

la violencia?. ¿Podría dar fin la espada al reino de la espada?. ¿No sería esto<br />

reclutar nuevas almas para los poderes de las tinieblas, que acechaban su presa<br />

en las sombras?.<br />

¿No sería mejor hacer accesible a todos la verdad, que era hasta<br />

entonces el privilegio de algunos santuarios y de raros iniciados, abrirle los<br />

corazones en espera de que ella penetrase en las inteligencias por la revelación<br />

interna y por la ciencia; es decir, predicar el reino de los cielos a los sencillos,<br />

substituir el reino de la Gracia al de la Ley, transformar la humanidad por el<br />

fondo y por la base, regenerando las almas?.<br />

¿Pero de quién sería la victoria?. ¿De Satán o de Dios?. ¿Del espíritu<br />

<strong>del</strong> mal, que reina con los poderes formidables de la tierra, o <strong>del</strong> espíritu<br />

divino, que reina en las invisibles legiones celestes y duer- me en el corazón<br />

<strong>del</strong> hombre como la chispa en el pedernal?. ¿Cuál sería la suerte <strong>del</strong> profeta<br />

que osase desgarrar el velo <strong>del</strong> templo para mostrar el vacío <strong>del</strong> santuario,<br />

desafiar a la vez a Herodes y a César?.<br />

¡Sin embargo, era preciso!. La voz interna no le decía ya como a Isaías:<br />

“Toma un gran libro y escribe sobre él con una pluma humana”. La voz <strong>del</strong><br />

Eterno le gritaba: “¡Levántate y habla!”. Se trataba de encontrar el verbo<br />

viviente, la fe que transporta las montañas, la fuerza que derrumba las<br />

fortalezas.<br />

Jesús comenzó a orar con fervor. Entonces, una inquietud, una<br />

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