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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

¡Bebed en la conrriente <strong>del</strong> Leteo!. ¡Dadnos la flor deseada, y que florezca el<br />

narciso para nuestras hermanas!. ¡Perséfona!. ¡Perséfona!”.<br />

El discípulo caminó mucho tiempo aún, acompañado por el guía.<br />

Atravesó praderas de asfo<strong>del</strong>os, y pasó bajo la sombra negra de los álamos de<br />

triste murmullo. Oyó canciones lúgubres que flotaban en el aire y venían sin<br />

saber de donde. Vio, suspendidas a los árboles, horribles caretas y figuritas de<br />

cera figurando niños en pañales. Aquí y allá, las barcas atravesaban el río con<br />

gentes silenciosas como muertos. Por fin el valle se ensanchó, el cielo se fue<br />

iluminando sobre las altas cimas, y apareció la aurora. A lo lejos se divisaban<br />

las sombrías gargantas <strong>del</strong> monte Ossa, surcadas de abismos en que se<br />

amontonaban las rocas desplomadas. Más cerca, en medio de un anfiteatro de<br />

montañas, sobre una colina cubierta de bosque, brillaba el templo de Dionisos.<br />

El sol doraba ya las altas cimas. A medida que se aproximaron al<br />

templo, veían llegar de todas partes cortejos de devotos, multitudes de<br />

mujeres, grupos de iniciados. Estas gentes, graves en apariencias, mas agitadas<br />

interiormente por una tumultuosa esperanza, se reunieron al pie de la colina y<br />

subieron al santuario. Todos se saludaban como amigos, agitando los ramos y<br />

los tirsos. El guía había desaparecido, y el discípulo de Delfos se encontró, sin<br />

saber cómo, en un grupo de iniciados de brillantes cabellos adornados con<br />

coronas y cintas de colores diversos. Jamás los había visto, sin embargo creía<br />

reconocerlos por una reminiscencia llena de felicidad. Ellos también parecían<br />

esperarle, pues le saludaban como a un hermano y le felicitaban por su feliz<br />

llegada. Conducido por su grupo y como transportado sobre alas, subió hasta<br />

los más altos escalones <strong>del</strong> templo, cuando un rayo de luz deslumbradora<br />

entró en sus ojos. Era el sol naciente que lanzaba su primera flecha en el valle<br />

e inundaba con sus rayos brilantes aquella multitud de devotos e iniciados,<br />

agrupados en las escalinatas <strong>del</strong> templo y por toda la colina.<br />

En seguida un coro entonó el peón. Las puertas de bronce <strong>del</strong> templo se<br />

abrieron por sí mismas y seguido <strong>del</strong> Hermes y <strong>del</strong> porta antorcha, apareció el<br />

profeta, el hierofante, Orfeo. El discípulo de Delfos le reconoció con un<br />

estremecimiento de alegría. Vestido de púrpura, con su lira de marfil y oro en<br />

la mano, Orfeo irradiaba una eterna juventud. Habló de este modo:<br />

— ¡Paz a todos los que habéis llegado para renacer después de los<br />

terrestres dolores y que en este momento renacéis!. ¡Venid a ver la luz <strong>del</strong><br />

templo, vosotros que de la noche salís, devotos, mujeres, iniciados!. Venid a<br />

regocijaros, vosotros que habéis sufrido; venid a reposar los que habéis<br />

luchado. El sol que evoco sobre vuestras cabezas y que va a brillar en vuestras<br />

almas, no es el sol de los mortales; es la pura luz de Dionisos, el gran sol de<br />

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