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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

carácter nuevo y se nos revela como la fase capital de la antigua Iniciación<br />

correspondiente al tercer grado.<br />

En Egipto, después de hallarse sometido el iniciado a prolongadas<br />

pruebas, lo sumía el hierofante en letárgico sueño, permaneciendo durante tres<br />

días yacente en un sarcófago, en el interior <strong>del</strong> templo.<br />

Durante este período el yerto cuerpo físico denotaba todas las<br />

apariencias de la muerte, mientras el cuerpo astral, por completo liberado, se<br />

expandía libremente en el Cosmos. Desprendíase asimismo el cuerpo etéreo,<br />

asiento de la memoria y de la vida a semejanza <strong>del</strong> astral, aunque sin<br />

abandonarlo completamente, porque ello implicaría la inmediata muerte.<br />

Al despertar <strong>del</strong> estado cateléptico provocado por el hierofante, el<br />

individuo que salía <strong>del</strong> sarcófago ya no era el mismo. Su alma viajó por el otro<br />

mundo y lo recordaba. Se había convertido en un verdadero Iniciado, en un<br />

engranaje de la mágica cadena “asociándose según una antigua inscripción al<br />

ejército de los grandes Dioses”.<br />

Cristo, cuya misión consistió en divulgar los Misterios a los ojos <strong>del</strong><br />

mundo, engrandeciendo sus umbrales, quiso que su discípulo favorito<br />

trascendiera a la suprema crisis que libra al directo conocimiento de la Verdad.<br />

Todo en el texto evangélico conspira para predisponerle al acontecimiento.<br />

María envía desde Betania un mensajero a Jetos, que predica en Galilea,<br />

quien le transmite: “Señor, se halla enfermo Aquel a quien tú amas” (¿No<br />

designa claramente la frase al apóstol Juan, el discípulo amado de Jesús?).<br />

Pero en lugar de acudir Jesús al llamamiento, aguarda dos días diciendo<br />

a sus discípulos: “No conduce esta enfermedad a la muerte, sino a la divina<br />

gloria, para que el Hijo de Dios sea glorificado... Nuestro amigo Lázaro<br />

duerme; pero yo le despertare”.<br />

Así sabía Jesús con antelación cuanto iba a ejecutar. Y llega al preciso<br />

momento para realizar el fenómeno previsto y preparado. Cuando en presencia<br />

de las hermanas desconsoladas y de los judíos que acudieran frente a la tumba<br />

tallada en la roca, retírase la piedra que ocultaba al durmiente en letárgico<br />

sueño, que creían muerto, exclama el Maestro: “¡Levántate, Lázaro!”.<br />

Y aquel que se yergue ante la multitud asombrada no es el legendario<br />

Lázaro, pálido fantasma que ostenta todavía la sombra <strong>del</strong> sepulcro, sino un<br />

hombre transfigurado, de radiosa frente. Es el apóstol Juan... y ya los fulgores<br />

de Patmos llamean en sus ojos porque ha contemplado la divina lumbre.<br />

Durante su sueño, ha vivido en lo Eterno. Y el pretendido sudario ha devenido<br />

el manto de lino <strong>del</strong> Iniciado. Ahora comprende el significado de las palabras<br />

<strong>del</strong> Maestro: “Yo soy la resurrección y la vida”.<br />

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