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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

palabras. Concedía él una atención particular al aire y a la risa de los jóvenes.<br />

La risa, decía, manifiesta el carácter de una manera indudable y ningún<br />

disimulo puede embellecer la risa de un malvado. También había hecho un tan<br />

profundo estudio de la fisonomía humana que sabía leer en ella el fondo <strong>del</strong><br />

alma. (Orígenes pretende que Pitágoras fue el inventor de la fisiognomía).<br />

Por medio de aquellas minuciosas observaciones, el maestro se formaba<br />

una idea precisa de sus futuros discípulos. Al cabo de algunos meses, llegaban<br />

las pruebas decisivas, que eran imitaciones de la iniciación egipcia, pero<br />

menos severas y adaptadas a la naturaleza griega, cuya impresionabilidad no<br />

hubiese soportado los mortales espantos de las criptas de Memfis y de Tebas.<br />

Hacían pasar la noche al aspirante pitagórico en una caverna de los<br />

alrededores de la ciudad, donde pretendían que había monstruos y apariciones.<br />

<strong>Los</strong> que no tenían la fuerza de soportar las impresiones fúnebres de la soledad<br />

y de la noche, que se negaban a entrar o huían antes de la mañana, eran<br />

juzgados demasiado débiles para la iniciación y despedidos.<br />

La prueba moral era más seria. Bruscamente, sin preparación,<br />

encerraban una mañana al discípulo en una celda triste y desnuda. Le dejaban<br />

una pizarra y le ordenaban fríamente que buscara el sentido de uno de los<br />

símbolos pitagóricos, por ejemplo: “¿Qué significa el triángulo inscrito en el<br />

círculo?”. O bien: “¿Por qué el dodecaedro comprendido en la esfera es la<br />

cifra <strong>del</strong> universo?”. Pasaba doce horas en la celda con su pizarra y su<br />

problema, sin otra compañía que un vaso de agua y pan seco. Luego le<br />

llevaban a una sala, ante los novicios reunidos. En esta circunstancia, tenían<br />

orden de burlarse sin piedad <strong>del</strong> desdichado, que malhumorado y hambriento<br />

comparecía ante ellos como un culpable. — “He aquí, decían, al nuevo<br />

filósofo. ¡Qué semblante más inspirado!. Va a contarnos sus meditaciones. No<br />

nos ocultes lo que has descubierto. De ese modo meditarás sobre todos los<br />

símbolos. Cuando estés sometido un mes a régimen, verás como te vuelves un<br />

gran sabio”.<br />

En este preciso momento es cuando el maestro observaba la aptitud y<br />

profunda atención. Irritado por el desayuno, con la fisonomía <strong>del</strong> joven<br />

colmado de sarcasmos, humillado por no haber podido resolver el problema,<br />

un enigma incomprensible para él, tenía que hacer un gran esfuerzo para<br />

dominarse. Algunos lloraban de rabia; otros respondían con palabras cínicas;<br />

otros, fuera de sí, rompían su pizarra con furor, llenando de injurias al<br />

maestro, a la escuela y a los discípulos. Pitágoras comparecía entonces, y<br />

decía con calma, que habiendo soportado tan mal la prueba de amor propio, le<br />

rogaba no volviera más a una escuela de la cual tan mala opinión tenía, y en la<br />

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