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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

hombre; sólo Kali podría dominarle con un encanto”.<br />

Tras un mes de abluciones y de oración en la orilla <strong>del</strong> Ganges, luego<br />

de haberse purificado en la luz <strong>del</strong> sol y en el pensamiento de Mahadeva,<br />

Krishna volvió a su país natal, entre los pastores <strong>del</strong> monte Meru.<br />

La luna de otoño mostraba sobre los bosques de cedros su globo<br />

resplandeciente; de noche el aire se embalsamaba con el perfume de los lirios<br />

silvestres, donde las abejas murmuraban durante el día. Sentado bajo un gran<br />

cedro, al borde de una pradera, Krishna, cansado de los varios combates de<br />

la tierra, soñaba en combates celestes y en lo infinito <strong>del</strong> cielo. Cuanto más<br />

pensaba en su radiante madre y en el anciano sublime, más sus hazañas<br />

juveniles le parecían despreciables, y más las cosas <strong>del</strong> cielo se le hacían vivas.<br />

Un encanto consolador, una divina reminiscencia, le inundaban por completo.<br />

Un himno de reconocimiento a Mahadeva subió de su corazón y desbordó de<br />

sus labios en una melodía, suave y angélica. Atraídas por aquel canto<br />

maravilloso, las Gopis, las hijas y las mujeres de los pastores, salieron de sus<br />

moradas. Las primeras, al ver a las mayores de la familia en su camino,<br />

volvieron a entrar en seguida, después de simular que cogían flores. Algunas<br />

se aproximaron más, llamando: ¡Krishna!, ¡Krishna!, y después huyeron<br />

avergonzadas. Animándose poco a poco, las mujeres rodearon a Krishna por<br />

grupos, como gacelas tímidas y curiosas encantadas por sus melodías. Él,<br />

abstraído en el sueño de los dioses, no las veía. Atraídas más y más por su<br />

canto, las Gopis comenzaron a impacientarse de que no se fijara en ellas.<br />

Nichdali, la hija de Nanda, con los ojos cerrados, había caído en una especie de<br />

éxtasis. Su hermana Sarasvati, más atrevida, se deslizó al lado <strong>del</strong> hijo de<br />

Devaki, y le dijo con voz cariñosa:<br />

— ¡Oh, Krishna!. ¿No ves que te escuchamos y que no podemos dormir<br />

en nuestras moradas?. Tus melodías nos han embelesado, ¡Oh, héroe<br />

adorable!, y henos aquí, encadenadas a tu voz, y no pudiendo ya vivir sin ti.<br />

— Canta más — dijo una joven —; enséñanos a modular nuestras voces.<br />

— Enséñanos la danza — dijo una mujer, y Krishna, saliendo de su<br />

sueño, lanzó sobre las Gopis benévolas miradas. Les dirigió palabras<br />

amables, y cogiéndolas de la mano, las hizo sentar sobre el césped, a la sombra<br />

de los grandes cedros, bajo la luz de la luna brillante. Entonces les contó lo que<br />

había visto en su ensimismamiento: la historia de los dioses y de los héroes,<br />

las guerras de Indra, y las hazañas <strong>del</strong> divino Rama. Mujeres y mozas<br />

escuchaban encantadas. Aquellas narraciones duraban hasta el alba. Cuando la<br />

rosada aurora subía tras el monte Meru, y los kokilas comenzaban a cantar<br />

bajo los cedros, las hijas y las mujeres de los Gopis volvían furtivamente a sus<br />

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