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Diccionario_Biblico

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Con sus persecuciones, Roma buscaba establecer el principio de la absoluta lealtad de los<br />

ciudadanos al estado, con todos los mecanismos posibles, incluyendo el de la adhesión religiosa<br />

con la adoración al emperador. En contraste con esta postura del Imperio, el cristianismo<br />

demanda una lealtad primaria y absoluta a Dios (cfr. Hch. 4:18-20). El cristiano es intimado a<br />

obedecer a las autoridades terrenas por causa de la conciencia, por cuanto su autoridad está<br />

derivada de la de Dios (cfr. Ro. 13:1-14). Sin embargo, este principio era subversivo para la<br />

concepción romana, que demandaba una lealtad absoluta y condicional, no derivada. El<br />

paganismo se dio cuenta instintivamente de lo radical de la oposición de conceptos, e intentó<br />

destruir el cristianismo. Los perseguidores más encarnizados de los cristianos fueron<br />

generalmente los emperadores «ilustrados»:<br />

Trajano,<br />

Antonino Pío,<br />

Marco Aurelio (el emperador filósofo),<br />

Septimo Severo.<br />

En particular fueron muy cruentas las persecuciones de Decio en el año 250 d.C. y<br />

la de Valeriano, su sucesor.<br />

Bajo Gallienus, que lo siguió, se dio un edicto de tolerancia, que fue revocado por<br />

Diocleciano, que lanzó una encarnizada persecución, en el año 303 d.C., con el propósito<br />

declarado de destruir de debajo del cielo el nombre de los cristianos. Especial atención tuvo la<br />

destrucción de los escritos sagrados del cristianismo, desapareciendo gran cantidad de copias del<br />

NT.<br />

Así, durante casi doscientos cincuenta años la mera profesión de cristianismo fue considerada, en<br />

el Imperio Romano, un delito merecedor de los más terribles suplicios y de la muerte. En el año<br />

313 Constantino promulgaba el Edicto de Milán, mediante el cual se establecía la libertad de<br />

profesar y practicar el cristianismo.<br />

Sin embargo, continuaron las persecuciones, aunque tomando ahora otro carácter. La Iglesia<br />

cayó víctima del afán de poder y, pervirtiendo sus valores, se alió con el mundo, intentando<br />

establecer su dominio, identificando el Reino de Dios con el dominio de la Iglesia. Empezaron<br />

las persecuciones de los disidentes, de los judíos y de los mismos paganos por parte de la Iglesia<br />

oficial, que buscaba a su vez imponer la uniformidad, desobedeciendo las advertencias de Cristo<br />

(Mt. 13:27-28; 26:51-52). Como resultado, muchos protestaron separándose de tal estado de<br />

cosas, para ser a su vez perseguidos. La historia de la cristiandad es una triste historia de<br />

matanzas, cruzadas, intrigas y persecuciones, iluminada sólo por el actuar de minorías que han<br />

buscado ser fieles al Señor Jesucristo, minorías de cristianos fieles que han conocido y siguen<br />

conociendo la persecución en grandes extensiones de nuestro mundo actual, en manos de<br />

regímenes totalitarios que exigen una lealtad absoluta que el cristiano ni puede ni debe dar más<br />

que a Dios. Así, los creyentes han conocido, al igual que otros no creyentes, los horrores de la<br />

Inquisición, y, en la actualidad, la sospecha, la calumnia, el control y la cárcel, malos tratos, y<br />

muerte, provenientes de poderes inspirados por diversas ideologías, ateas, islámicas, paganas y<br />

neopaganas, que tienen en común su odio contra el evangelio de la gracia de Dios. Se sigue<br />

cumpliendo la declaración divina por medio de la pluma de Pablo de que «todos los que quieren<br />

vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2 Ti. 3:12). Y los cristianos somos<br />

llamados a la mutua asistencia en el común padecimiento con aquellos que sufren, en la<br />

comunión del cuerpo de Cristo (1 Co. 12:26). La situación de persecución en la que nació la<br />

Iglesia sólo acabará sobre la tierra cuando finalice el conflicto de los siglos con el<br />

establecimiento del Reino de Dios con poder. Ahora la justicia sufre (cfr. Mt. 5:6, 10); en la<br />

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