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Diccionario_Biblico

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La cumbre de la Revelación es la persona de Cristo. Y Jesucristo es también el instrumento por<br />

excelencia de la Revelación; y, en tanto que manifestación histórica y universal de Dios, puede<br />

ser llamado «La Revelación» en su expresión soberana. Esta Revelación es a la vez el hecho<br />

constituido por el milagro de la encarnación, y el fruto de la inspiración cuando se contempla a la<br />

luz de las predicaciones proféticas.<br />

En lo que a nosotros concierne como creyentes, la inspiración siempre tiene que ver en la lectura<br />

e interpretación de la Revelación, es decir, de la Palabra de Dios. Por la iluminación de su<br />

Espíritu, Dios no da nuevas revelaciones, sino que nos revela el significado y el poder de la<br />

palabra para nuestra vida y testimonio. Gracias a la iluminación, la Palabra de Dios se nos hace<br />

inteligible y directamente personal: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que<br />

somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). Para el creyente ante las Escrituras, la inspiración se traduce en<br />

el testimonio interior del Espíritu Santo.<br />

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(b) Inspiración de las Escrituras.<br />

Siguiendo a Pablo (2 Ti. 3:16) el término de inspiración de las Escrituras designa un acto<br />

estrictamente divino («theopnéustico»), el acto del Espíritu de Dios mediante el cual tanto la<br />

Revelación general como las revelaciones especiales de Dios, han quedado registradas en el texto<br />

escrito de la Biblia. Designa, de una manera aun más particular, el acto mediante el cual este<br />

texto ha llegado a ser en su letra, en toda su letra («pasa graphe»), el vehículo material de un<br />

mensaje sobrenatural, del mensaje de Dios.<br />

Así, se trata de una operación divina en la que la Escritura, en todas sus partes, ha sido dada a los<br />

hombres por medio de los redactores sagrados, como expresión única e infalible de la verdad y<br />

voluntad de Dios. Éste es el sentido de la inspiración de las Escrituras.<br />

(c) Naturaleza de la inspiración.<br />

La antigua noción de una inspiración literal, considerándola como un mero «dictado», que hacía<br />

de los redactores sagrados unos meros transmisores mecánicos de un mensaje «caído del cielo»,<br />

con «sus letras, puntos y signos ortográficos», reducía a la nada la individualidad de los<br />

redactores, y no se ajusta a la realidad de las Escrituras, las cuales no justifican una tal<br />

concepción literalista (= inspiración de las letras).<br />

Aquí se debe hacer una breve mención de la historia de la transmisión del texto de la Biblia. Por<br />

lo que respecta al NT, aunque no poseemos ninguno de los escritos originales y muy poco de las<br />

copias de los primeros siglos (debido a la gran destrucción de copias del NT durante la<br />

persecución de Diocleciano, 303 d.C.), se tiene que señalar que este hecho no afecta para nada a<br />

la doctrina «theopnéustica», por el celo desplegado por hombres como Orígenes (siglo II) para<br />

restablecer el texto en su integridad; la considerable cantidad de mss. del NT (más de 6.000)<br />

permite útiles exámenes comparativos; el número extremadamente reducido de variantes,<br />

además de otros factores, permite afirmar que el Espíritu de Dios ha velado de una manera<br />

maravillosa para preservar la integridad del texto apostólico. El lector del NT puede estar seguro,<br />

con las recensiones griegas tradicionales, que posee el texto sagrado de tal manera que, a los<br />

efectos prácticos, no difiere prácticamente en nada del texto primitivo<br />

En cuanto al texto del AT veamos a continuación de una manera muy resumida la historia de la<br />

transmisión de su texto. Después de volver del exilio (siglo V a.C.) la generalidad de los hebreos<br />

ya no comprendían, o comprendían muy poco, la lengua bíblica original, esto es, el antiguo<br />

hebreo. Hablaban el arameo, lengua de Babilonia (también llamada caldeo), que tenía otro<br />

alfabeto.

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