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Diccionario_Biblico

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nom, INCIRCUNCISO<br />

tip, LEYE TIPO CERE<br />

vet,<br />

Apelativo que daban los judíos a los paganos que no habían pasado por el rito de la circuncisión<br />

(Éx. 6:12).<br />

A veces se designaba con esta palabra a todos los que tenían un acento extranjero o, como decían<br />

los hebreos, «los labios pesados» (Éx. 6:30) o a los oídos que oyen con dificultad (Jer. 6:10).<br />

En sentido figurado se aplica a quienes no quieren oír la Palabra de Dios y tienen corazones en<br />

los cuales no puede penetrar la buena nueva (Dt. 10:16; Hch. 7:51).<br />

El fruto primero de los árboles recién plantados se consideraba también incircunciso y no podían<br />

comerlo hasta haber ofrecido de él ofrenda de primicias a Jehová, lo que se hacía el tercer año<br />

(Lv. 19:23).<br />

563<br />

nom, INCREDULIDAD<br />

vet,<br />

(DUDA). Después de la caída, la humanidad constituye una «generación incrédula y perversa»<br />

(Mt. 17:17), que pone en tela de juicio la palabra de Dios, y aún su misma existencia (Sal. 53:1-<br />

4). No se trata que el hombre sea ignorante o incapaz de creer: Dios le habla mediante la triple<br />

revelación de la naturaleza (Ro. 1:18-21), de la conciencia (Ro. 2:14, 15), y de las Escrituras (Ro.<br />

2:17-20; 2 Ti. 3:16-17). El que, a pesar de todo ello, se aleja del Señor, es por ello inexcusable<br />

(Ro. 1:20; 2:1; 3:19); en realidad lo hace porque «ama más las tinieblas que la luz», porque<br />

«todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz» (Jn. 3:19-20).<br />

La incredulidad no proviene en absoluto de la imposibilidad de resolver una multitud de<br />

problemas intelectuales. Su origen es moral y espiritual: en su soberbia, el hombre elige<br />

deliberadamente permanecer independiente con respecto a Dios. No quiere abandonar su pecado,<br />

o su propia justicia, y sobre todo rehúsa abdicar de su rebelde voluntad. Después de haber dado a<br />

los judíos todas las pruebas que se pudieran desear de su divinidad y de su amor, Jesús les tuvo<br />

que decir: «No queréis venir a mí para que tengáis vida» (Jn. 5:40). «¡Jerusalén, Jerusalén...!<br />

¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos... y no quisiste!» (Mt. 23:37). Los invitados a las bodas<br />

del rey no quieren venir, ni se molestan lo más mínimo en atender la invitación, sino que incluso<br />

los hay que dan muerte a los mensajeros reales (Mt. 22:3-6).<br />

La incredulidad es algo tan inveterado en nuestra naturaleza caída que en principio se halla en<br />

todos (Jn. 3:11, 32); «el hombre no regenerado no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,<br />

porque para él son locura» (1 Co. 2:14). Jesús vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn.<br />

1:11); no recibió honor en su patria (Mt. 13:57-58), los príncipes de su pueblo lo rechazaron (Jn.<br />

7:48), y ni aun sus hermanos creían en Él (Jn. 7:5). Incluso sus discípulos se mostraron<br />

frecuentemente incrédulos (Jn. 6:60, 66; 20:24-29; Mt. 17:17).<br />

La primera manifestación de la incredulidad es de naturaleza negativa: al no aceptar la palabra de<br />

Dios, uno se aleja de Él (Jn. 1:5; 5:43; 6:66); a continuación vienen varios pecados relacionados<br />

con ella (Lc. 15:12-13; Ro. 1:20-25); Posteriormente se manifiesta la persecución que, después<br />

de los insultos y de los malos tratos, llega hasta la muerte (véase esta progresión en Jn. 7:7, 13,<br />

20; 8:6, 47, 59; 9:22, 34, 41; 10:31; 11:53, etc.).<br />

El juicio que espera a los que persisten en la incredulidad es terrible. En efecto, Cristo fue en la<br />

cruz la propiciación por los pecados de todo el mundo, y en base a ello ofrece el perdón a todos<br />

los que se arrepientan (Jn. 1:29; 1 Jn. 2:1-2); pero ¿qué se puede dar al que rehúsa creer y<br />

rechaza la gracia? «El que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del

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