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PERSONAJES MITOLÓGICOS - e-Spacio - UNED

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En esta contienda suele vencer Venus, en coherencia con lo dicho sobre el carácter<br />

irresistible del sentimiento amoroso. La propia Diana es víctima de él, como le reprocha<br />

con acritud Anfión, hijo de Acteón, en Fineza contra Fineza, quien no puede entender<br />

la debilidad de la diosa con Endimión, cuando tan cruel se mostró con su padre, que era<br />

inocente. La hermosa historia de amor de la Diana más lunar con el joven hace que<br />

pierda credibilidad su fama de látigo implacable del sentimiento amoroso: …no me<br />

queda / ni atención que la venere, / ni adoración que la estime, / ni temor que la respete<br />

(FCF, 2103). También la oposición entre Diana y Venus da aliento dramático a Celos,<br />

aun del aire matan, en la que la diosa agreste se venga de Procris, ninfa suya, que había<br />

traicionado sus votos por el amor de Céfalo. La persecución es implacable, contando<br />

incluso con la ayuda de las Furias, hasta que su venganza se ve saciada con la muerte de<br />

la joven. La exaltación de los amantes a la esfera celeste por deseo de Júpiter no empaña<br />

la satisfacción de la diosa: Una vez vengada yo, / poco importa que blasones, / de<br />

estrella y aire (CAM, 1814).<br />

Pero dentro de los dominios de Venus también existe otra pugna conceptual,<br />

representada por sus dos hijos, entre el amor sereno, correspondido y con cierta altura<br />

espiritual (que encarna Anteros), y el irascible, desdeñoso y sensual (que inspira<br />

Cupido). En Fineza contra Fineza, Anfión pide a las sacerdotisas de Diana que cambien<br />

su culto por el de Venus, y matiza los dos rostros de la diosa, ejemplificados en sus dos<br />

hijos (…que tampoco / soy tan bárbaro que intente / que los deleites de Venus / sean no<br />

dignos deleites / pues si es madre de Cupido, / también de Anteros prudente FCF,<br />

2104). A esta oposición dedica Calderón una de sus comedias más complejas, La fiera,<br />

el rayo y la piedra. En ella los protagonistas son el campo de batalla en que se dirime la<br />

pugna entre los dos hermanos. Aunque en un principio parece prevalecer Cupido, pues<br />

Irífile se muestra esquiva y desdeñosa, la estatua no habla y Anajarte es la viva<br />

representación del desdén, según avanza la comedia, las dos primeras van suavizando su<br />

carácter ante los requerimientos de sus amantes, y la tercera es severamente castigada<br />

por su aspereza y rechazo del amor. El amor espiritual, correspondido y sereno acaba<br />

por triunfar, como se pone de manifiesto en los cantos que cierran la comedia: ¡Muera<br />

el amor vendado y ciego! / ¡Viva el correspondido amor perfecto! (FRP, 1636). Tal vez<br />

sea ésta la comedia que encierra la síntesis del sentimiento amoroso más caro a nuestro<br />

poeta: un amor humano, pero equilibrado y correspondido, libre de excesos y<br />

sobresaltos. Por eso Calderón suele castigar a los personajes que representan una<br />

desmesura en esta dialéctica amorosa (Circe, Anaxárate, Eco, Adonis, Hércules, Procris,<br />

etc.), y premiar a aquellos más equilibrados y constantes, como Pigmalión o Perseo.<br />

Éste último bien podría ser su modelo perfecto: amor entre jóvenes libres y de noble<br />

origen que han de superar duras pruebas que van aquilatando su pasión hasta convertirla<br />

en un sentimiento mutuo equilibrado y sereno, que es sancionado en una boda aprobada<br />

por todos.<br />

El amor y las finezas<br />

Uno de los puntos débiles para la sensibilidad del lector moderno que se acerca a estas<br />

comedias, como ya hemos insistido en más de un lugar, es la expresión convencional<br />

del acercamiento amoroso. El cortejo del enamorado (y su respuesta) tiene en estas<br />

obras una manifestación muy formalizada, donde los rituales de galanteo impiden la<br />

manifestación directa de los sentimientos. Cuando Apolo se dirige a Clímene en los<br />

siguientes términos: ¡Cuánto que veas me alegro, / cuán poco da que temer / el morir,<br />

al que ya ha muerto / a manos de tu hermosura! AYC, 1826), nos parece estar oyendo<br />

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