PERSONAJES MITOLÓGICOS - e-Spacio - UNED

que acude Faetón ávido de conocer su identidad y saciar su soberbia ansia de grandeza.
Interesante es reparar en su impunidad, pues aunque él es el culpable de haber
mancillado los votos que Clímene debía a Diana con el nacimiento de Faetón, su
dignidad hace que el castigo que no se puede ejecutar en él derive a su hijo. Por lo
demás, Calderón sigue la leyenda clásica cuando Apolo promete por la laguna Estigia
conceder el don que le solicite Faetón, y no tiene más remedio que dejarle gobernar su
portentoso carro, a pesar de conocer el fatal desenlace que le espera (…la ardiente luz
de tantos / desmandados rayos rojos / montes y mares abrasa 1901).
En El Laurel de Apolo Calderón dramatiza una leyenda independiente de la anterior, la
conversión de Dafne en laurel ante el acoso del dios. El amor de éste por la ninfa lo
provoca Cupido, molesto ante los desaires del gran dios flechero (Tu peligro recela; /
que no es trofeo / tan gran monstruo de un niño / desnudo y ciego 1748), que compite
con él y con su madre Venus en la caza de una fiera. Apolo logra abatir al monstruo y el
pueblo lo festeja, lo cual irrita aún más al terrible diosecillo alado. Éste lanza sobre la
ninfa y sobre Apolo sus infalibles saetas (…vuelen / invisibles flechas, que uno / apague
lo que otra enciende 1755). Las flechas causan su efecto, y Apolo persigue ebrio de
amor a Dafne, mientras ésta lo rechaza, suplicando a los dioses y a su padre Peneo ser
convertida en laurel. Consumada la metamorfosis, Apolo se consolará adornando a este
árbol con una serie de atributos, entre otros, ser símbolo de la victoria (… y para que
más se aumente / su honor, con él sus victorias / han de coronar los reyes 1762).
En La estatua de Prometeo Apolo aparece investido de toda su majestad divina,
asumiendo el papel de árbitro que dirime las querellas humanas que sostienen Prometeo
y Epimeteo, y que se proyectan en la esfera divina a sus respectivas diosas protectoras
(Minerva y Palas). Prometeo ha engañado al dios al coger uno de sus rayos y dar vida
con él a su estatua, en un intolerable sabotaje a la jerarquía natural. Apolo, aunque en un
principio se muestra airado por el hurto y mal uso de su rayo, al final, apareciendo como
deus ex machina, resolverá el nudo dramático deshaciendo el hechizo de Discordia e
indultando a Prometeo del terrible castigo al que ésta le había condenado. La comedia
acaba con una exaltación del dios (Ya, pues, que a Apolo debemos / la paz, en su
adoración / dediquemos este día 2097).
En las demás comedias, donde la mención a Apolo es incidental, se alude a él de manera
muy estereotipada de tres formas: una, ya comentada, en su condición de
personificación divina del sol; otra, como el dios inspirador del talento artístico y, en
particular, de la poesía; y una tercera relacionada con el célebre episodio de su frustrado
amor por Dafne. Volvemos a encontrar a Apolo como nombre propio del Sol en El
mayor encanto, Amor, donde Circe, en el brindis con que pretende hacer beber a Ulises
su mágica pócima, repasa los atributos de los dioses otorgando a Apolo el esplendor
(1514). En Los tres mayores prodigios también se hace alusión al dios en un pasaje de
ecos gongorinos que lo relaciona con los rayos del sol y su brillo. Friso cuenta su
fantástico vuelo, cuando los dioses trajeron a su madre en una nube que… desplegó las
rubias hojas, / de cuyos senos Apolo / llovió luces rayo a rayo, / nevó rosas copo a copo
(1550).
La faceta del dios como guía de las Musas e inspirador de la poesía es otra de las que
aparece en Calderón. Así lo tenemos mencionado en Fieras afemina Amor, donde
Hércules recuerda el honor que le ha hecho Apolo: a quien dio / en premio de sus
hazañas / la alcaidía del Parnaso / Apolo, de quien es guarda (2039). También se
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