PERSONAJES MITOLÓGICOS - e-Spacio - UNED

Narciso esta fórmula final aparece con una protocolaria excusa del poeta ante
eventuales errores: ¡Y habrá bobos que lo crean! / Mas sea cierto o no sea cierto, / tal
cual la fábula es / esta de Narciso y Eco. / Perdonad las muchas faltas / del que, a
vuestras plantas puesto, / siempre acuerda la disculpa / de que yerra obedeciendo
(EYN, 1940). En Fortunas de Andrómeda y Perseo, esta tópica advertencia halla su
forma más contundente: ¿Y habrá algún bobo después, / que piense que es verdad esto?
(FAP, 1679).
Pero, más allá de estas descalificaciones explícitas a la veracidad de la leyenda antigua,
la labor de desgaste del gracioso es constante, ridiculizando los excesos imaginativos
del mito y arrastrando la acción hasta la más cruda realidad contemporánea al poeta. Si
bien es cierto que el gracioso es un recurso cómico de rancio abolengo (pululan por las
comedias de Plauto vestidos de esclavos con disposición muy parecida), también lo es
que Calderón, además de como recurso dramático para provocar las carcajadas de su
público, supo darles este uso desmitificador al que hacemos alusión. ¿O no se persigue
este efecto en Los tres mayores prodigios, cuando, en su clímax dramático, en el
momento en que Hércules y Deyanira arden en una pira humana, se le ocurre al
gracioso de ocasión aludir a un suceso tan emotivo con estas palabras: ¡Lindo par de
chicharrones / para mi hambre se asan! (TMP, 1589)? De parecido tono, para acabar
con otro ejemplo, son estos exabruptos del gracioso Bato en Fortunas de Andrómeda y
Perseo, que a Medusa llama Merluza, y que describe en términos no muy épicos la
hazaña que el héroe acaba de culminar al liberar a Andrómeda del terrible monstruo
marino: …quitando a su dentadura / el que hoy no tenga por postre / manjar blanco de
pechugas (FAP, 1678). En La estatua de Prometeo, el gracioso Merlín le reprocha a
Epimeteo que sus planes de esconder la estatua presumen ignorancia en soberanas /
deidades. El titán le responde descalificando a los dioses paganos por su carácter
excesivamente humano: …que deidad que tiene envidia / ¿por qué no tendrá
ignorancia? (II 129).
El gracioso vive fuera del entorno mítico, en una realidad paralela, más propia de la
picaresca que de la ilusión poética. Da la impresión de que es incapaz de salir de ese
ámbito, y vivir el mundo de fantasía que le propone el mito, cuya realidad cuestiona de
manera recurrente. Su lenguaje, sus valores apegados a lo material, su desconfianza, su
chabacanería, su cobardía, su egoísmo y cortedad de miras contrastan violentamente con
el clima de idealización (amorosa y caballeresca) en que se desarrolla el mundo de sus
señores. Contraste que es un recurso cómico de enorme eficacia, pero que también
encierra un profundo significado social. El gracioso es el único representante del pueblo
llano en unas comedias plagadas de dioses, héroes, reyes y cortesanos, es decir, de las
clases más privilegiadas de la sociedad. Y si bien es cierto que aporta una visión realista
de la existencia, no lo es menos que también descalifica en su persona la zafiedad de la
clase social más humilde. No es difícil imaginarse a los cortesanos que asistían en
palacio a estas comedias celebrar con risotadas conmiserativas las ocurrencias de su
ingeniosa plebe. En este sentido, es interesante destacar que las pocas referencias que
hay al pueblo como colectivo son también muy peyorativas, como la que encontramos
en La hija del aire, que de buen seguro compartirían los monarcas y su corte:
Desagradecido monstruo / que eres compuesto vestiglo / de cabezas diferentes / cada
una con su juicio… (HDA, 760), o en Apolo y Clímene: Que no es la primera vez / que
ha creído el vulgo necio / trasgos, duendes y fantasmas (AYC, 1829).
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