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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 106nistro de la Guerra, Mercier. Es sorprendente el número relativamente alto de intelectuales 62 , eincluso de judíos, que figuraban en la lista. Las clases superiores sabían que el populacho era carnede su carne y sangre de su sangre. Incluso un historiador judío de la época, aunque había visto consus propios ojos que <strong>los</strong> judíos ya no podían sentirse seguros cuando el populacho domina la calle,habló con secreta admiración <strong>del</strong> «gran movimiento colectivo» 63 . Esto solamente muestra cuánprofundamente enraizados se hallaban la mayoría de <strong>los</strong> judíos en una sociedad que estabaintentando eliminarles.Si Bernanos, con referencia al affaire Dreyfus, describe al antisemitismo como un importanteconcepto político, tiene indudablemente razón por lo que se refiere al populacho. Había sidoensayado previamente en Berlín y en Viena por Ahlwart y Stoecker, por Schoenerer y Lueger, peroen ningún lugar resultó su eficacia más claramente probada que en Francia. No hay duda de que a<strong>los</strong> ojos <strong>del</strong> populacho <strong>los</strong> judíos habían llegado a servir como símbo<strong>los</strong> y mo<strong>del</strong>o de todas las cosasque detestaban. Si odiaban a la sociedad podían apuntar a la forma en que eran tolerados en su seno;y si odiaban al Gobierno podían apuntar a la forma en que <strong>los</strong> judíos habían sido protegidos por ésteo a la forma en que habían sido identificados con el Estado. Aunque es un error suponer que <strong>los</strong>judíos eran el único blanco <strong>del</strong> populacho es preciso otorgarles un primer lugar entre sus víctimasfavoritas.Excluido como se halla de la sociedad y de la representación política, el populacho se inclinanecesariamente hacia la acción extraparlamentaria. Además, se muestra proclive a buscar lasverdaderas fuerzas de la vida política en aquel<strong>los</strong> movimientos e influencias que permanecenocultos a la vista y que actúan entre bastidores. No cabe duda de que durante el siglo XIX la juderíaestuvo incluida dentro de esta categoría, como se hallaba la masonería (especialmente en <strong>los</strong> paíseslatinos) y <strong>los</strong> jesuitas 64 Es, desde luego, profundamente falso que cualesquiera de esos gruposconstituyeran realmente una sociedad secreta inclinada a dominar al mundo por medio de unagigantesca conspiración. Sin embargo, es cierto que su influencia, por abierta que pudiera habersido, era ejercida más allá <strong>del</strong> terreno real de la política y que operaba en gran escala en pasil<strong>los</strong>,logias y confesonarios. Desde la Revolución francesa estos tres grupos han compartido el dudosohonor de ser, a <strong>los</strong> ojos <strong>del</strong> populacho europeo, el punto de apoyo de la política mundial. Durante lacrisis de Dreyfus, cada uno de el<strong>los</strong> fue capaz de explotar esta noción popular lanzando contra <strong>los</strong>otros acusaciones de hallarse conspirando por lograr el dominio mundial. El slogan «Judá secreta»es debido, desde luego, a la inventiva de algunos jesuitas que decidieron ver en el primer Congresosionista (1897) el meollo de una conspiración judía mundial 65. De forma similar el concepto de«secreta Roma» es debido a <strong>los</strong> francmasones anticlericales y quizá también a las indiscriminadascalumnias de algunos judíos.Es proverbial la volubilidad <strong>del</strong> populacho tal como <strong>los</strong> adversarios de Dreyfus llegarían a sabera sus expensas cuando, en 1899, cambió el viento y el pequeño grupo de auténticos republicanosque encabezaba Clemenceau comprendió súbitamente, con sentimientos ambiguos, que una parte<strong>del</strong> populacho se había inclinado a su bando. 66 A <strong>los</strong> ojos de algunos, <strong>los</strong> dos bandos de la grancontroversia parecían ahora «dos grupos rivales de charlatanes que se disputaban el favor de lacanalla» 67 , mientras que la voz <strong>del</strong> jacobino Clemenceau había conseguido devolver a una parte <strong>del</strong>pueblo francés a su más importante tradición. De esta manera, el gran erudito Emile Duclaux pudoescribir: «En este drama interpretado ante todo un pueblo y tan inflamado por la prensa que al final62 Entre <strong>los</strong> intelectuales figuran, bastante extrañamente, Paul Valéry, que contribuyó con tres francos non sansréflexion.63 J. REINACH, op. cit., I, 233.64 Un estudio de las superstioiones europeas mostraría probablemente que <strong>los</strong> judíos se oonvirtieron en objeto de estetipo de superstición decimonónica bastante tarde. Fueron precedidos por <strong>los</strong> Rosacruces, <strong>los</strong> Templarios, <strong>los</strong> Jesuitas y<strong>los</strong> Francmasones. El tratamiento de la Historia <strong>del</strong> siglo XIX padece gravemente la ausencia de semejante estudio.65 Véase «Il caso Dreyfus» en Civiltà Cattolica (5 de febrero de 1898). Entre las exoepciones a la precedenteafirmación, la más notable es la <strong>del</strong> padre jesuita Charles Louvain, que había denunciado <strong>los</strong> «Protoco<strong>los</strong>».66 Véase MARTIN DU GARD, Jean Barois pp. 272 y ss., y DANIEL HALÉVY, en Cahiers de la quinzaine, serie XI,cuaderno 10, París, 1910.67 Véase GEORGES SOREL, La Révolution dreyfusienne, París, 1911, pp. 70-71.

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