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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 273«Tú eres lo que tú has hecho» —por ejemplo, el hombre que por vez primera había cruzado elAtlántico en un aeroplano (como en Der Flug des Lindberghs, de Brecht)—, una respuesta quedespués de la segunda guerra mundial repitió Sartre, ligeramente variada: «Eres tu vida» (en Huisc<strong>los</strong>) . La pertinencia de estas respuestas se basa menos en su validez como redefiniciones de unaidentidad personal que en su utilidad para un eventual escape a la identificación social, a lamultiplicidad de papeles y funciones intercambiables que ha impuesto la sociedad. Lo queimportaba era hacer algo, heroico o criminal, algo que no estuviera previsto ni determinado pornadie.El activismo declarado de <strong>los</strong> movimientos totalitarios, su preferencia por el terrorismo sobretodas las demás formas de actividad política atrajeron al mismo tiempo a la élite intelectual y alpopulacho, precisamente porque este terrorismo era tan profundamente diferente <strong>del</strong> de las primerassociedades revolucionarias. Ya no se trataba de una cuestión de política calculada que viera en <strong>los</strong>actos terroristas el único medio de eliminar a ciertas personalidades relevantes, quienes, por obra desu política o de su posición, se habían convertido en el símbolo de la opresión. Lo que resultaba tanatractivo era que el terrorismo se había convertido en una clase de fi<strong>los</strong>ofía a través de la cual sepodía expresar el resentimiento, la frustración y el odio ciego, en un tipo de expresionismo políticoque recurría a las bombas para manifestarse, que observaba con placer la publicidad otorgada a <strong>los</strong>hechos resonantes y que estaba absolutamente dispuesto a pagar el precio de la vida por haberlogrado obligar al reconocimiento de la existencia propia sobre <strong>los</strong> estratos normales de la sociedad.Fue el mismo espíritu y el mismo talante el que hizo anunciar a Goebbels con obvio placer, largotiempo antes de la eventual derrota de la Alemania nazi, que <strong>los</strong> nazis, en caso de derrota, sabríancómo cerrar la puerta tras el<strong>los</strong> y no ser olvidados durante sig<strong>los</strong>.Pero, sin embargo, es aquí, en la atmósfera pretotalitaria, donde cabe hallar un criterio válido, sies que puede hallarse en parte alguna, para distinguir a la élite <strong>del</strong> populacho. Lo que el populachoquería y lo que Goebbels expresó con gran precisión era acceder a la Historia incluso al precio de ladestrucción. El sincero convencimiento de Goebbels de que «la mayor felicidad que uncontemporáneo puede experimentar hoy» es, o bien ser un genio, o servir a un genio 57 , resultabatípico <strong>del</strong> populacho, pero no lo era de las masas ni de la élite simpatizante. Esta última, alcontrario, tomaba el anonimato tan en serio que llegaba incluso a negar seriamente la existencia <strong>del</strong>genio. Todas las teorías <strong>del</strong> arte de la década de <strong>los</strong> 20 trataban desesperadamente de demostrar quelo excelente es producto de la habilidad, la experiencia y la lógica y de la realización de laspotencialidades <strong>del</strong> material 58 . El populacho, y no la élite, estaba encantado con el «radiante poderde la fama» (Stefan Zweig) y aceptó entusiásticamente la idolatría <strong>del</strong> genio <strong>del</strong> difunto mundoburgués. En esto, el populacho <strong>del</strong> siglo XX siguió fielmente la pauta de advenedizos anteriores,quienes también descubrieron el hecho de que la sociedad burguesa abriría sus puertas, más que alsimple mérito, a todo lo fascinantemente «anormal», al genio, al homosexual o al judío. Eldesprecio de la élite por el genio y su anhelo de anonimato demostraban todavía un espíritu que nilas masas ni el populacho se hallaban en disposición de comprender, y que, en palabras deRobespierre, se esforzaba por afirmar la grandeza <strong>del</strong> hombre contra la pequeñez de <strong>los</strong> grandes.Pese a esta diferencia entre la élite y el populacho, no hay duda de que a la élite le placía que elhampa asustara a la sociedad respetable colocándola al mismo nivel. Los miembros de la élite nopusieron reparos al hecho de tener que pagar un precio, la destrucción de la civilización, por elplacer de ver cómo se abrían camino aquel<strong>los</strong> que habían sido injustamente excluidos en el pasado.No se sintieron especialmente agraviados por las monstruosas falsificaciones de la historiografía, <strong>del</strong>as que son culpables todos <strong>los</strong> regímenes totalitarios y que se anunciaron con suficiente claridad enla propaganda totalitaria. Se habían llegado a convencer de que, en cualquier caso, la historiografíatradicional era una falsificación, dado que había excluido <strong>del</strong> recuerdo de la Humanidad a <strong>los</strong> menosprivilegiados y a <strong>los</strong> oprimidos. Aquel<strong>los</strong> que fueron rechazados por su propio tiempo resultaron57 GOEBBELS, op. cit., p. 139.58 A este respecto resultaban características las teorías artísticas de la Bauhaus. Véanse también las observaciones deBERTOLT BRECHT acerca <strong>del</strong> teatro, Gesammelte Werke, Londres, 1938.

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