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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 260actitudes de la clase dominante, sino que reflejan en alguna forma y de alguna manera pervierten lasnormas y actitudes hacia <strong>los</strong> asuntos públicos de todas las clases. Las normas <strong>del</strong> hombre-masa sehallaban determinadas no sólo ni siquiera primariamente por la clase específica a la que pertenecióuna vez, sino más bien por las influencias y convicciones omnipenetrantes que eran tácita eindiferenciadamente compartidas por todas las clases de la sociedad.La pertenencia a una clase, aunque más relajada y jamás tan inevitablemente determinada por elorigen social como en <strong>los</strong> órdenes y estamentos de la sociedad feudal, existía generalmente pornacimiento, y sólo unas dotes extraordinarias o la suerte podían cambiarla. El status social resultabadecisivo para la participación <strong>del</strong> individuo en política, y excepto en <strong>los</strong> casos de emergencianacional en <strong>los</strong> que se suponía que este individuo había de actuar solamente como un nacional, sinatención a su clase o a su afiliación a un partido, jamás se enfrentaba directamente con <strong>los</strong> asuntospúblicos o se sentía directamente responsable de su dirección. La elevación de una clase, hastaadquirir una mayor importancia en la comunidad, era siempre acompañada por la educación y lapreparción de cierto número de sus miembros para la política como profesión, para el servicioremunerado (o, si podía permitírselo, no remunerado) en el Gobierno y en la representación de laclase en el Parlamento. El hecho de que la mayoría <strong>del</strong> pueblo permaneciera al margen de todos <strong>los</strong>partidos o de toda otra organización política no importaba a nadie y no era más cierto para una claseparticular que para otra. En otras palabras, la pertenencia a una clase, sus limitadas obligaciones degrupo y sus actitudes tradicionales hacia el Gobierno impedían el desarrollo de una ciudadanía quese sintiera individual y personalmente responsable de la gobernación <strong>del</strong> país. Este carácterapolítico de las poblaciones de la Nación-Estado surgió a la luz sólo cuando se quebró el sistema declases, llevándose consigo todo el tejido de hi<strong>los</strong> visibles e invisibles que ligan al pueblo con elcuerpo politico. La ruptura <strong>del</strong> sistema de clases significaba automáticamente la ruptura <strong>del</strong> sistemade partidos, principalmente porque estos partidos, siendo partidos de intereses, ya no podíanrepresentar <strong>los</strong> intereses de clase. Su continuidad era de alguna importancia para <strong>los</strong> miembros <strong>del</strong>as antiguas clases, que esperaban, contra toda esperanza, recobrar su antiguo status social y quepermanecieron unidos no porque siguieran teniendo intereses comunes, sino porque esperabanrestaurar<strong>los</strong>. Los partidos, en consecuencia, se tornaron cada vez más psicológicos e ideológicos ensu propaganda, cada vez más y más apologéticos y nostálgicos en su forma de abordar lascuestiones políticas. Habían perdido, además, sin ser conscientes de ello, a <strong>los</strong> neutrales que leshabían apoyado y que jamás se habían interesado en la política, porque consideraban que noexistían partidos que pudieran cuidarse de sus intereses. De esta forma, <strong>los</strong> primeros signos de laruptura <strong>del</strong> sistema continental de partidos no fueron las deserciones de <strong>los</strong> antiguos miembros de<strong>los</strong> partidos, sino el fracaso en el reclutamiento de <strong>los</strong> miembros de la nueva generación y la pérdida<strong>del</strong> asentimiento y <strong>del</strong> apoyo tácitos de las masas inorganizadas que repentinamente se despojaronde su apatía y acudieron allí donde vieron una oportunidad de proclamar su nueva y violentaoposición.La caída de <strong>los</strong> tabiques que protegían a las clases transformó a las dormidas mayorías existentestras todos <strong>los</strong> partidos en una masa inorganizada e inestructurada de furiosos individuos que notenían nada en común excepto su vaga aprensión de que las esperanzas de <strong>los</strong> miembros de <strong>los</strong>partidos se hallaban condenadas, de que, en consecuencia, <strong>los</strong> miembros más respetados,diferenciados y representativos de la comunidad eran unos imbéciles y de que todos <strong>los</strong> poderesexistentes eran no tanto ma<strong>los</strong> como igualmente estúpidos y fraudulentos. Para el nacimiento deesta solidaridad negativa, nueva y aterradora, no tuvo gran consecuencia el hecho de que eltrabajador parado odiara el statu quo y <strong>los</strong> poderes existentes bajo la forma <strong>del</strong> partidosocialdemócrata; que el pequeño propietario expropiado lo odiara bajo la forma de un partidocentrista o derechista y <strong>los</strong> antiguos miembros de las clases media y alta lo odiaran bajo la forma <strong>del</strong>a extrema derecha tradicional. Las dimensiones de esta masa de hombres generalmenteinsatisfechos y desesperados aumentaron rápidamente en Alemania y Austria después de la primeraguerra mundial, cuando la inflación y el paro se sumaron a las quebrantadoras consecuencias de laderrota militar; esa masa existió en amplia proporción en todos <strong>los</strong> Estados sucesores, y apoyó todos<strong>los</strong> movimientos extremistas en Francia e Italia a partir de la segunda guerra mundial.

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