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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 225CAPÍTULO IXLA DECADENCIA DE LA NACION-ESTADO Y EL FINAL DE LOSDERECHOS DEL HOMBREEs ahora casi imposible describir lo que realmente sucedió en Europa el 4 de agosto de 1914.Los días anteriores y <strong>los</strong> días posteriores a la primera guerra mundial se hallan separados no comoel final de un período y el comienzo de uno nuevo, sino como el día anterior y el día posterior a unaexp<strong>los</strong>ión. Sin embargo, esta figura retórica resulta tan imprecisa como todas las demás, porque latranquilidad <strong>del</strong> pesar que se impone tras de una catástrofe nunca ha llegado. La primera exp<strong>los</strong>iónparece haber desencadenado una reacción en cadena en la que estamos envueltos desde entonces yque nadie, al parecer, es capaz de detener. La primera guerra mundial hizo estallar la comunidadeuropea de naciones hasta el punto de que se tornó imposible toda reparación <strong>del</strong> entuerto; fue algoque ninguna otra guerra había logrado hasta entonces. La inflación destruyó a toda la clase depequeños propietarios más allá de cualquier esperanza de recuperación o de reconstitución, lo queninguna crisis monetaria había logrado hasta entonces tan radicalmente. El paro, cuando sobrevino,alcanzó proporciones fabu<strong>los</strong>as y ya no quedó limitado a la clase trabajadora, sino que, coninsignificantes excepciones, alcanzó a todas las naciones. Las guerras civiles que surgieron y que sedesarrollaron a lo largo de veinte años de inquieta paz no sólo fueron más sangrientas y crueles quetodas las que las precedieron, sino que se vieron seguidas de migraciones de grupos que, adiferencia de sus más afortunados predecesores de las guerras de religión, no fueron bien recibidosen parte alguna ni pudieron ser asimilados en ningún lugar. Una vez que abandonaron su paísquedaron sin abrigo; una vez que abandonaron su Estado se tornaron apátridas; una vez que sevieron privados de sus derechos humanos carecieron de derechos y se convirtieron en la escoria <strong>del</strong>a Tierra. Nada de lo que se estaba haciendo, por estúpido que fuera y por muchos que fuesen <strong>los</strong>que lo sabían y <strong>los</strong> que preveían sus consecuencias, pudo ser deshecho o evitado. Cadaacontecimiento poseía la irrevocabilidad de un juicio final, de un juicio no formulado por Dios nipor el diablo, sino considerado más bien como la expresión de una irremediable y estúpidafatalidad.Antes de que la política totalitaria atacara conscientemente y destruyera parcialmente la auténticaestructura de la civilización europea, la exp<strong>los</strong>ión de 1914 y sus graves consecuencias habíanconmovido suficientemente la fachada <strong>del</strong> sistema político de Europa hasta dejar al descubierto suoculto entramado. Tales exposiciones visibles eran <strong>los</strong> sufrimientos de más y más grupos depersonas para quienes de repente dejaron de aplicarse las normas <strong>del</strong> mundo que les rodeaba. Fueprecisamente la aparente estabilidad <strong>del</strong> mundo de su entorno la que hizo parecer a cada grupoexpulsado de sus protectoras fronteras como una infortunada excepción a unas normas por otraparte corrientes y sanas y la que impregnó con igual cinismo a víctimas y observadores de undestino aparentemente injusto y anormal. Ambos consideraron este cinismo como un crecienteconocimiento de las reglas de este mundo, cuando en la realidad estaban cada vez másdesconcertados y por eso se hicieron más estúpidos de lo que eran antes. El odio, que no escaseaba,ciertamente, en el mundo de la preguerra, comenzó a desempeñar un papel decisivo en todos <strong>los</strong>asuntos, de forma tal que la escena política en <strong>los</strong> años engañosamente tranqui<strong>los</strong> de la década de<strong>los</strong> 20 asumió la atmósfera sórdida y fantástica de una querella familiar de Strindberg. Nada ilustramejor tal vez esta desintegración de la vida política como este odio vago y penetrante hacia todos yhacia todo, sin un foco para su apasionada atención y nadie a quien responsabilizar de la situación:ni al Gobierno, ni a la burguesía, ni a una potencia exterior. Consecuentemente se volvió hacia

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