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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 284positivistas, como lo sabemos por Compte, de que el futuro es eventual y científicamente previsible,se basa en la estimación <strong>del</strong> interés como fuerza omnipenetrante en la Historia y en la presunción deque pueden descubrirse las leyes objetivas <strong>del</strong> poder. La teoría política de Rohan según la cual «<strong>los</strong>reyes mandan a <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> y <strong>los</strong> intereses mandan al rey», que el interés objetivo es la única norma«que nunca puede fallar», que «certera o erróneamente comprendidos, <strong>los</strong> intereses hacen vivir omorir a <strong>los</strong> Gobiernos», es el núcleo tradicional <strong>del</strong> moderno utilitarismo, positivista o socialista,pero ninguna de estas teorías supone que sea posible «transformar la naturaleza <strong>del</strong> hombre», comotrata desde luego de hacerlo el <strong>totalitarismo</strong>. Al contrario, todas, implícita o explícitamente,suponen que la naturaleza humana es siempre la misma, que la Historia es el relato de lascambiantes circunstancias objetivas y de las reacciones humanas ante éstas y que el interés,adecuadamente comprendido, puede conducir a un cambio de circunstancias, pero no a un cambiode reacciones humanas como tales. El «cientifismo», en política, todavía presupone que su objetivoes el bienestar humano, un concepto que resulta profundamente extraño al <strong>totalitarismo</strong> 16 .Precisamente porque se daba por supuesto el meollo utilitario de las ideologías fue por lo querepresentó un shock tal el comportamiento antiutilitario de <strong>los</strong> Gobiernos totalitarios y su completaindiferencia a <strong>los</strong> intereses de las masas. Esta peculiaridad introdujo en la política contemporáneaun insospechado elemento de imprevisibilidad. Sin embargo, la propaganda totalitaria —aunque enla forma de un desplazamiento de la importancia concedida a <strong>los</strong> temas— había indicado inclusoantes de que el <strong>totalitarismo</strong> hubiera conquistado el poder cuán lejos se habían separado las masasde la simple preocupación por sus propios intereses. Así, la sospecha de <strong>los</strong> aliados de que elasesinato de <strong>los</strong> locos, ordenado por Hitler al comienzo de la guerra, tendría que ser atribuido aldeseo de librarse de bocas innecesarias que alimentar, estaba totalmente injustificada 17 . Hitler no seveía obligado por la guerra a desembarazarse de todas las consideraciones éticas, sino que estimabalas matanzas en masa de la guerra como una incomparable oportunidad para iniciar un programa deasesinatos que, como todos <strong>los</strong> demás puntos de su plan, estaba calculado en términos demilenios 18 . Dado que virtualmente toda la historia europea a lo largo de muchos sig<strong>los</strong> ha enseñadoa la gente a juzgar cada acción política por su cui bono, y todos <strong>los</strong> acontecimientos políticos, porsus intereses particulares subyacentes, se vio de repente enfrentada con un elemento deimprevisibilidad sin precedentes. En razón de sus calidades demagógicas, la propaganda totalitaria,que mucho antes de la conquista <strong>del</strong> poder señalaba claramente cuán poco se sentían impulsadas lasmasas por el famoso instinto de preservación, no fue tomada en serio. El éxito de la propagandatotalitaria, sin embargo, no radica tanto en su demagogia como en el conocimiento de que el interéscomo fuerza colectiva puede ser advertido sólo donde unos cuerpos sociales estables proporcionanlas necesarias correas de transmisión entre el individuo y el grupo; ni puede realizarse unapropaganda efectiva basada en el simple interés entre masas cuya característica principal es la de nopertenecer a ningún cuerpo social o político y que por eso ofrecen un verdadero caos de interesesindividuales. El fanatismo de <strong>los</strong> miembros de <strong>los</strong> movimientos totalitarios, tan claramente diferente16 WILLIAM EBENSTEIN, The Nazi State, Nueva York, 1943, al examinar la «Permanente Economía de Guerra» <strong>del</strong>Estado nazi es casi el único crítico que ha comprendido que «la inacabable discusión... acerca de la naturaleza socialistao capitalista de la economía alemana bajo el régimen nazi es considerablemente artificial... (porque) tiende a pasar poralto el hecho vital de que el capitalismo y el socialismo son categorías relacionadas con la economía occidental <strong>del</strong>bienestar» (página 239).17 En este contexto resulta característico el testimonio de Karl Brandt, uno de Ios médicos encargados por Hitler de larealización <strong>del</strong> programa de eutanasia (Medical Trial. US against Karl Brandt et al., Hearing of May 14, 1947). Brandtprotestó vehementemente contra la sospecha de que el proyecto fuera iniciado para eliminar a superfluos consumidoresde alimentos; recalcó que <strong>los</strong> miembros <strong>del</strong> partido que aportaron a la discusión semejantes argumentos fueronásperamente rechazados. En su opinión, las medidas fueron adoptadas exclusivamente por «consideraciones éticas». Lomismo cabe decir, desde luego, en lo que se refiere a las deportaciones. Los archivos están repletos de memorándumsdesesperados redactados por militares que se quejaban de que la deportación de millones de judíos y de polacos noprestaba en absoluto atención a todas las «necesidades militares y económicas» (véase POLIAKOV, op. cit., p. 321, asícomo el material documental allí publicado).18 El decreto decisivo que inició todos <strong>los</strong> subsiguientes crímenes en masa fue firmado por Hitler el 1 de septiembre de1939 (el día en que estalló la guerra) y se refería no simplemente a <strong>los</strong> locos (como se ha supuesto erróneamente amenudo), sino a todos aquel<strong>los</strong> que estaban «incurablemente enfermos». Los locos fueron sólo <strong>los</strong> primeros.

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