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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 82la suerte convirtió en miembro <strong>del</strong> Parlamento, jefe de su partido, primer ministro y amigo de lareina de Inglaterra.La noción de Disraeli acerca <strong>del</strong> papel d e <strong>los</strong> judíos en política se remonta a la época en que erasimplemente un escritor que aún no había iniciado su carrera política. Sus ideas sobre el tema noson por eso resultado de una experiencia, pero se aferró a ellas durante el resto de su vida.En su primera novela, Alroy (1833), Disraeli trazó un plan para un Imperio judío en el que <strong>los</strong>judíos gobernarían como una clase estrictamente separada. La novela muestra la influencia de <strong>los</strong>espejismos habituales acerca de las posibilidades de poder que tenían <strong>los</strong> judíos, tanto como laignorancia <strong>del</strong> joven autor respecto de las condiciones <strong>del</strong> poder en su tiempo. Once años más tarde,la experiencia política en el Parlamento y la íntima relación con hombres prominentes le habíanenseñado a Disraeli que «<strong>los</strong> objetivos de <strong>los</strong> judíos, cualesquiera que hayan podido ser antes yhasta ahora, estaban, en su día, ampliamente divorciados de la afirmación de una nacionalidadpolítica de forma alguna» 53 . En una nueva novela, Coningsby, abandonó el sueño de un Imperiojudío y desplegó un fantástico esquema según el cual el dinero judío domina la ascensión y caída decortes e imperios y gobierna de forma suprema en la diplomacia. Jamás renunció en toda su vida aesta segunda noción acerca de una secreta y misteriosa influencia de <strong>los</strong> hombres elegidos de la razaelegida, con la que reemplazó a su sueño anterior de una casta abiertamente constituida ymisteriosamente dominante. Se convirtió en el eje de su fi<strong>los</strong>ofía política. En contraste con <strong>los</strong>banqueros judíos, a quienes Disraeli tanto admiraba y que otorgaban préstamos a <strong>los</strong> Gobiernos yganaban comisiones, él veía toda esa actividad con la incomprensión <strong>del</strong> extraño de que talesposibilidades de poder pudieran ser manejadas día tras día por personas que no ambicionaban elpoder. Lo que no podía comprender era que un banquero judío estuviese aún menos interesado enpolítica que sus colegas no judíos; para Disraeli, en cualquier caso, resultaba evidente que la riquezajudía era solamente un medio para la política judía. Cuanto más sabía acerca de la magníficaorganización de <strong>los</strong> banqueros judíos en cuestiones de negocios y de su intercambio internacionalde noticias e informaciones, más convencido se tornaba de que estaba tratando con algo parecido auna sociedad secreta que, sin que nadie lo supiera, tenía <strong>los</strong> destinos <strong>del</strong> mundo en sus manos.Es bien sabido que la fe en una conspiración de judíos, unidos por una sociedad secreta, alcanzóel mayor valor propagandístico para la propaganda antisemita y superó con mucho a todas lastradicionales supersticiones europeas acerca de muertes rituales y de envenenamiento de pozos.Resulta muy significativo que Disraeli, por razones exactamente opuestas y en una época en quenadie pensaba seriamente en las sociedades secretas, llegara a conclusiones idénticas, porquemuestra hasta qué punto tales elaboraciones eran debidas a motivos y resentimientos sociales ycuánto más plausiblemente explicaban acontecimientos o actividades políticas y económicas que laverdad más trivial. A <strong>los</strong> ojos de Disraeli, como a <strong>los</strong> ojos de muchos charlatanes menos conocidosy famosos que le siguieron, todo el juego de la política se jugaba entre las sociedades secretas. Nosólo <strong>los</strong> judíos, sino cualquier otro grupo cuya influencia no estuviera políticamente organizada oque se hallara en oposición con todo el sistema social y político, se tornaron para él en potenciasocultas. En 1863 pensó que contemplaba «una lucha entre las sociedades secretas y <strong>los</strong> millonarioseuropeos; hasta ahora va ganando Rothschild» 54 . Pero también «son proclamadas por las sociedadessecretas la igualdad natural de <strong>los</strong> hombres y la abolición de la propiedad» 55 . En fecha tan tardíacomo 1870, todavía podía hablar seriamente de fuerzas «bajo la superficie» y creía sinceramenteque «las sociedades secretas y sus energías internacionales, la Iglesia de Roma y susreivindicaciones y métodos, el eterno conflicto entre la ciencia y la fe», actuaban para determinar elcurso de la historia humana 56 .La increíble ingenuidad de Disraeli le impulsó a relacionar a todas estas fuerzas «secretas» con<strong>los</strong> judíos. «Los primeros jesuitas eran judíos; esa misteriosa diplomacia rusa que tanto alarma a53 MONYPENNY y BUCKLE, op. cit., p. 882.54 Ibíd., p. 73. En una carta a Mrs. Brydges Williams, 21 de julio de 186355 Lord George Bentinck, p. 497.56 En su novela Lothair, 1870.

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