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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 89comportamiento que seguían <strong>los</strong> invertidos. Ambos se sentían o bien superiores o bien inferiores,pero en cualquier caso orgul<strong>los</strong>amente diferentes de <strong>los</strong> demás seres normales; ambos creían quesus diferencias eran un hecho natural adquirido por el nacimiento; ambos se hallaban justificandoconstantemente, no lo que hacían, sino lo que eran; y ambos, finalmente, oscilaban siempre entreactitudes apologéticas y súbitas y provocativas afirmaciones de que constituían una élite. Como sisu posición oficial estuviera para siempre congelada por naturaleza, ni unos ni otros podían moversede una camarilla a otra. La necesidad de pertenecer existía también en otros miembros de lasociedad —«la cuestión no era, como para Hamlet, ser o no ser, sino pertenecer o no pertenecer» 73 ,pero no en el mismo grado. Una sociedad que se desintegraba en camarillas y ya no toleraba a <strong>los</strong>extraños, judíos o invertidos, como individuos, sino por obra de las circunstancias especiales de suadmisión, parecía como la encarnación de este espíritu de clan.Cada sociedad exige de sus miembros un cierto grado de actuación, la capacidad para presentar,representar y actuar lo que uno es realmente. Cuando la sociedad se desintegra, tales demandas yano se formulan a <strong>los</strong> individuos, sino a <strong>los</strong> miembros de las camarillas. Entonces el comportamientoes controlado por silenciosas demandas y no por las capacidades individuales, de la misma maneraque la interpretación de un actor debe encajar en el conjunto de todos <strong>los</strong> demás papeles de la obra.Los salones <strong>del</strong> Faubourg Saint-Germain consistían en un conjunto de camarillas, cada una de lascuales presentaba una extremada norma de conducta. El papel de <strong>los</strong> invertidos consistía en mostrarsu anormalidad; el de <strong>los</strong> judíos, en representar la magia negra («nigromancia»); e e <strong>los</strong> artistas, enmanifestar otra forma de contacto sobrenatural y superhumano; el de <strong>los</strong> aristócratas, en mostrarque no eran personas ordinarias («burgueses»). Pese a este espíritu de clan, es cierto, como observóProust, que «menos en <strong>los</strong> días de desastre general, cuando la mayoría se reúne en torno de lavíctima como <strong>los</strong> judíos se reunieron en torno de Dreyfus», todos estos recién llegados rehuyeron larelación con <strong>los</strong> de su propia clase. La razón era que todas las marcas de distinción se hallabandeterminadas por el conjunto de las camarillas, de forma tal que <strong>los</strong> judíos o <strong>los</strong> invertidos sentíanque perderían su carácter distintivo en una sociedad de judíos o de invertidos, donde la judeidad y lahomosexualidad resultarían lo más natural, lo más carente de interés y la cosa más banal <strong>del</strong> mundo.Lo mismo, sin embargo, sucedía con sus anfitriones, que también necesitaban un conjunto decontrastes ante <strong>los</strong> cuales poder ser diferentes, de no aristócratas que admiraban a <strong>los</strong> aristócratascomo éstos admiraban a <strong>los</strong> judíos o a <strong>los</strong> homosexuales.Aunque estas camarillas carecían de consistencia y se disolvían tan pronto como no había entorno de ellas miembros de otras camarillas, sus miembros utilizaban un misterioso lenguaje designos, como si necesitasen algo extraño por lo que reconocerse entre sí. Proust informaextensamente de la importancia de tales signos, especialmente para <strong>los</strong> recién llegados. Mientras,sin embargo, <strong>los</strong> invertidos, maestros en el lenguaje de <strong>los</strong> signos, tenían al menos un secreto real,<strong>los</strong> judíos empleaban este lenguaje sólo para crear la esperada atmósfera de misterio. Sus signosmisteriosa y ridículamente indicaban algo universalmente conocido: que en el rincón <strong>del</strong> salón de laprincesa Tal y Cual se sentaba otro judío a quien no se permitía declarar abiertamente su identidad,pero que sin esta cualidad insignificante jamás habría podido ascender hasta aquel rincón.Vale la pena señalar que la nueva sociedad mixta de finales <strong>del</strong> siglo XIX, como la de <strong>los</strong>primeros salones judíos de Berlin, se centraba en torno de la nobleza. La aristocracia había perdidopara entonces toda su ansia de cultura y su curiosidad por <strong>los</strong> «nuevos especímenes de laHumanidad», pero conservaba un desprecio por la sociedad burguesa. Un anhelo de distinciónsocial era su respuesta a la igualdad política y a la pérdida de su posición política y de privilegioque había sido afirmada con el establecimiento de la III República. Tras una corta y artificialascensión durante el Segundo Imperio, la aristocracia francesa se mantuvo a sí misma sólo por suespíritu de clan y por sus débiles intentos de reservar a sus hijos las más elevadas posiciones <strong>del</strong>Ejército. Mucho más fuerte que la ambición política fue un agresivo desprecio por las normas de laclase media, que, indudablemente, era uno de <strong>los</strong> motivos más fuertes para la admisión deindividuos y de grupos enteros de personas que habían pertenecido a clases socialmente73 Sodome et Gomorrhe, parte II, cap. III.

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