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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 84pudieron comprender adecuadamente sus normas. Se hallaron el<strong>los</strong> mismos en una situación en laque distinciones entre la sociedad y la política resultaban constantemente enturbiadas y donde, apesar de las condiciones aparentemente caóticas, siempre ganaban <strong>los</strong> mismos estrechos interesesde clase. El extraño sólo podía deducir que una institución conscientemente establecida y conobjetivos definidos era la que lograba tan notables resultados. Y es cierto que todo este juego de lasociedad necesitaba tan sólo una resuelta voluntad política para transformar este semiconscientedespliegue de intereses y maquinaciones esencialmente carentes de propósito en una políticadefinida. Esto es lo que ocurrió brevemente en Francia durante el affaire Dreyfus y en Alemaniadurante la década que precedió a la ascensión de Hitler al poder.Disraeli, sin embargo, no sólo se hallaba al margen de lo inglés, estaba también fuera de todo lojudío y también de su sociedad. Sabía poco de la mentalidad de <strong>los</strong> banqueros judíos, a quienes tanprofundamente admiraba, y se hubiera mostrado decepcionado si hubiese comprendido que estos«judíos de excepción», a pesar de su exclusión de la sociedad burguesa (jamás trataron realmente deser admitidos), compartían su más importante principio político, según el cual la actividad políticagiraba en torno a la protección de la propiedad y de <strong>los</strong> beneficios. Disraeli vio, y se sintióimpresionado por él, sólo a un grupo sin una organización política dirigida hacia el exterior y cuyosmiembros seguían conectados por una aparente infinidad de relaciones familiares y económicas. Suimaginación entraba en juego siempre que había de tratar con el<strong>los</strong>, y creyó que todo quedaba«probado» —cuando, por ejemplo, las acciones <strong>del</strong> Canal de Suez fueron ofrecidas al Gobiernoinglés gracias a la información de Henry Oppenheim (que se había enterado de que el khedive deEgipto ansiaba venderlas) y la venta fue realizada mediante un préstamo de cuatro millones <strong>del</strong>ibras esterlinas otorgado por Lionel Rothschild.Las convicciones raciales de Disraeli y sus teorías relativas a las sociedades secretas procedían,en su último análisis, de su deseo de explicar algo misterioso y en realidad quimérico. No podíaobtener una realidad política <strong>del</strong> quimérico poder de <strong>los</strong> «judíos de excepción»; pero podía, y lohizo, ayudar a transformar las quimeras en temores públicos y entretener a una sociedad aburridacon muy peligrosos cuentos de hadas.Tan consecuente como el más fanático racista, Disraeli habló solamente con desprecio <strong>del</strong>«moderno y novedoso principio sentimental de la nacionalidad» 59 . Odiaba a la igualdad políticasobre la base de la Nación-Estado y temía por la supervivencia de <strong>los</strong> judíos bajo sus condiciones.Suponía que la raza podía proporcionar un refugio, tanto social como político, contra la igualación.Y, dado que conocía a la nobleza de su tiempo mucho mejor de lo que llegaría a conocer al pueblojudío, no es sorprendente que llegara a mo<strong>del</strong>ar el concepto de raza según aristocráticos conceptosde casta.Sin duda, tales conceptos de <strong>los</strong> subprivilegiados socialmente podrían haber llegado lejos, perohabrían tenido escaso significado en la política europea si no se hubieran topado con necesidadespolíticas reales cuando, tras la rebatiña de África, tuvieron que ser adaptados a objetivos políticos:Esta voluntad de creer en el papel de la sociedad burguesa hizo de Disraeli el único judío <strong>del</strong> sigloXIX en recibir su parte de genuina popularidad. No fue culpa suya que la misma inclinación que fueresponsable de su considerable y singular fortuna condujera a la postre a la gran catástrofe de supueblo.3. ENTRE EL VICIO Y EL DELITOParís ha sido justamente denominada la capitale du dix-neuvième siècle (Walter Benjamin).Pleno de promesas, el siglo XIX había empezado con la Revolución Francesa, y durante más decien años fue testigo de la vana lucha contra la degeneración <strong>del</strong> citoyen en bourgeois. Alcanzó sunadir en el «affaire Dreyfus» y tuvo otros catorce años de morboso respiro. La primera guerramundial todavía pudo ser ganada por el atractivo jacobino Clemenceau, el último hijo de la59 Ibíd., vol. I, libro 3.

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