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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 314organización; es necesario no como persona, sino como una función, y como tal resultaindispensable para el movimiento. En contraste, sin embargo, con otras formas despóticas deGobierno, donde frecuentemente domina una camarilla y el déspota desempeña tan sólo el papelrepresentativo de un dictador de cartón, <strong>los</strong> dirigentes totalitarios son realmente libres de hacer todolo que les plazca y pueden contar con la lealtad de quienes les rodean, incluso si decidenasesinarles.La razón más técnica de esta lealtad suicida es que la sucesión en el puesto supremo no estáreglamentada por ninguna herencia ni por otras leyes. Una triunfante revolución palaciega tendríatan desastrosos resultados para el movimiento como toda una derrota militar. Se halla en lanaturaleza <strong>del</strong> movimiento el que, una vez que el jefe haya asumido su puesto, toda la organizaciónesté tan absolutamente identificada con él que cualquier admisión de un error o una destitución <strong>del</strong>cargo quebrantarían el hechizo de infalibilidad que rodea al puesto <strong>del</strong> jefe y significarían la ruinade todos aquel<strong>los</strong> que estuvieran relacionados con el movimiento. La base de la estructura no es laveracidad de las palabras <strong>del</strong> jefe, sino la infalibilidad de sus acciones. Sin ésta, y en el calor de unadiscusión que supone la fiabilidad, todo el mundo ficticio <strong>del</strong> <strong>totalitarismo</strong> queda destrozado,superado inmediatamente por <strong>los</strong> hechos <strong>del</strong> mundo real que el movimiento sólo podía evitar si eraconducido infaliblemente en la dirección adecuada por el jefe.Sin embargo, la lealtad de quienes ni creen en <strong>los</strong> clichés ideológicos ni en la infalibilidad <strong>del</strong>jefe tienen también razones más profundas y no técnicas, Lo que liga a estos hombres es una firmey sincera fe en la omnipotencia humana. Su cinismo moral, su creencia de que todo está permitido,descansan en la súbita convicción de que todo es posible. Es cierto que estos hombres, pocos ennúmero, no son fácilmente cogidos en sus propias mentiras específicas y que no creennecesariamente en el racismo o en la economía, en la conspiración de <strong>los</strong> judíos o en Wall Street.Sin embargo, también el<strong>los</strong> son engañados, engañados por su desvergonzada y vana idea de quetodo puede ser hecho y por su desdeñoso convencimiento de que todo lo que existe es simplementeun obstáculo temporal que destruirá ciertamente una organización superior. Confiados en que elpoder de la organización puede destruir al poder sustancial, como la violencia de una banda bienorganizada puede robar las mal guardadas riquezas de un hombre rico, subestiman constantementeel poder sustancial de las comunidades estables y sobreestiman la fuerza impulsora <strong>del</strong> movimiento.Como, además, no creen realmente en la existencia de hecho de una conspiración mundial contrael<strong>los</strong>, sino que sólo la utilizan como recurso organizativo, no consiguen comprender que su propiaconspiración puede hacer eventualmente que todo el mundo se una contra el<strong>los</strong>.Cuando quede deshecho, no importe cómo, el espejismo de la omnipotencia humana a través <strong>del</strong>a organización, dentro <strong>del</strong> movimiento, su consecuencia práctica es que quienes rodean al jefe, encaso de desacuerdo con él, nunca estarán muy seguros de sus propias opiniones, dado que creensinceramente que sus desacuerdos en realidad no importan, que incluso el más estrafalario recursotiene una buena posibilidad de éxito si es adecuadamente organizado. Lo importante de su lealtad esque no creen que el jefe sea infalible, sino que están convencidos de que todo el que domine <strong>los</strong>instrumentos de violencia con <strong>los</strong> superiores métodos de la organización totalitaria puede llegar aser infalible. Este espejismo se ve considerablemente reforzado cuando <strong>los</strong> regímenes totalitariostienen poder para demostrar la relatividad <strong>del</strong> éxito y <strong>del</strong> fracaso y para mostrar cómo una pérdidasustancial puede convertirse en beneficio para la organización (el fantástico desgobierno de lasempresas industriales en la Rusia Soviética condujo a la atomización de la clase trabajadora, y <strong>los</strong>aterradores ma<strong>los</strong> tratos de <strong>los</strong> prisioneros civiles en <strong>los</strong> territorios orientales bajo la ocupación nazi,aunque causaron una «deplorable pérdida de trabajo», «pensando en términos de generaciones, notiene por qué ser lamentada») 114 . Además, la decisión concerniente al éxito y al fracaso bajocircunstancias totalitarias es en gran medida una cuestión de opinión pública organizada yaterrorizada. En un mundo totalmente ficticio no es necesario señalar, admitir y recordar <strong>los</strong>fracasos. Los mismos hechos, para su existencia continuada, dependen de la existencia <strong>del</strong> mundono totalitario.114 Himmler, en su discurso de Posen, Nazi Conspiracy, IV, p. 558.

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