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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 355semejantes condiciones 133 . Así, el temor a <strong>los</strong> campos de concentración y la resultante percepciónsobre la naturaleza de la dominación total pueden servir para invalidar todas las anticuadasdiferenciaciones políticas de la derecha a la izquierda y para introducir junto y sobre ellas el sistemade medición más importante para juzgar <strong>los</strong> acontecimientos de nuestro tiempo, es decir, paradeterminar si sirven o no sirven a la dominación totalitaria.En cualquier caso, la imaginación temerosa tiene la gran ventaja de disolver las interpretacionessofístico-dialécticas de la política que se hallan basadas en la superstición de que algo bueno puederesultar <strong>del</strong> mal. Semejante acrobacia dialéctica poseía una cierta apariencia de justificaciónmientras que lo peor que un hombre podía infligir a un hombre era la muerte. Pero, como hoysabemos, la muerte es sólo un mal limitado. El asesino que mata a un hombre —a un hombre que encualquier caso tiene que morir—, todavía se mueve dentro de un terreno que nos es familiar, el de lavida y el de la muerte; ambos tienen una necesaria conexión sobre la que se halla establecida ladialéctica, incluso aunque no siempre se tenga conciencia de ello. El asesino deja un cadáver tras desí y no pretende que su víctima no haya existido nunca; si borra todos <strong>los</strong> rastros son <strong>los</strong> de supropia identidad, y no <strong>los</strong> <strong>del</strong> recuerdo y <strong>del</strong> dolor de las personas que amaban a la víctima;destruye una vida, pero no destruye el hecho de la misma existencia.Los nazis, con la precisión que les caracterizaba, acostumbraban a registrar sus operaciones en<strong>los</strong> campos de concentración con la rúbrica «bajo cubierta de la noche» (Nacht und Nebel). Elradicalismo de las medidas encaminadas a tratar a la gente como si nunca hubiera existido, y parahacerla desaparecer en el sentido literal de la palabra, con frecuencia no resulta evidente a primeravista, porque tanto el sistema alemán como el ruso no son uniformes, sino que consisten en unaserie de categorías en las que las personas son muy diferentemente tratadas. En el caso deAlemania, tales categorías solían existir en el mismo campo, pero sin estar en contacto unas conotras. Frecuentemente, el aislamiento entre las categorías era aún más estricto que el aislamientorespecto <strong>del</strong> mundo exterior. Así, al margen de consideraciones raciales, <strong>los</strong> ciudadanosescandinavos eran tratados por <strong>los</strong> alemanes durante la guerra de una forma completamentediferente a la de <strong>los</strong> miembros de otros pueb<strong>los</strong>, aunque semejantes escandinavos fueran enemigosdeclarados de <strong>los</strong> nazis. Los otros, a su vez, se dividían en dos grupos: el de aquel<strong>los</strong> cuyo«exterminio» se hallaba fijado en la agenda para fecha inmediata (como en el caso de <strong>los</strong> judíos) opodía esperarse en un futuro previsible (como en el caso de <strong>los</strong> polacos, <strong>los</strong> rusos y <strong>los</strong> ucranianos)y el de aquel<strong>los</strong> que no se veían todavía afectados por instrucciones relativas a semejante «soluciónfinal» general, como en el caso de <strong>los</strong> franceses y de <strong>los</strong> belgas. En Rusia, por otra parte, hemos dedistinguir tres sistemas más o menos independientes. En primer lugar, existen <strong>los</strong> grupos deauténticos trabajadores forzados que viven en relativa libertad y son sentenciados a períodoslimitados. En segundo lugar, están <strong>los</strong> campos de concentración en <strong>los</strong> que el material humano esimplacablemente explotado y donde el índice de mortalidad resulta extraordinariamente elevado,pero que se hallan esencialmente organizados para fines de trabajo. Y en tercer lugar, están <strong>los</strong>campos de aniquilamiento, en donde <strong>los</strong> internados son sistemáticamente exterminados a través <strong>del</strong>hambre y la ausencia de cuidados.El horror auténtico de <strong>los</strong> campos de concentración y exterminio radica en el hecho de que <strong>los</strong>internados, aunque consigan mantenerse vivos, se hallan más efectivamente aislados <strong>del</strong> mundo de<strong>los</strong> vivos que si hubieran muerto, porque el terror impone el olvido. Aquí el homicidio es tanimpersonal como el aplastamiento de un mosquito. Cualquiera puede morir como resultado de latortura sistemática o de la inanición o porque el campo esté repleto y sea preciso liquidar elsuperfluo material humano. De la misma manera, puede resultar que, por escasez de nuevos envíoshumanos, surja el peligro de la despoblación de <strong>los</strong> campos y se dé la orden de reducir a cualquierprecio el índice de mortalidad 134 . David Rousset tituló a su relato sobre el período pasado en un133 Para evitar equívocos puede resultar apropiado añadir que con la intervención de la bomba de hidrógeno toda lacuestión de la guerra ha experimentado un cambio decisivo. Un debate sobre esta cuestión supera, desde luego, <strong>los</strong>límites <strong>del</strong> tema en este libro.134 Esto sucedió en Alemania hacia finales de 1942, tras lo cual Himmler advirtió a todos <strong>los</strong> comandantes de campoque «redujeran a cualquier precio el índice de mortalidad». Porque había resultado que, de <strong>los</strong> 136.000 recién enviados

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