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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 131sumisión al poder que «amedrenta a todos», es decir, en un temor sobresaliente y abrumador, queno es exactamente el sentimiento básico de un hombre seguro. De lo que Hobbes parte es de unainsuperada visión de las necesidades políticas <strong>del</strong> nuevo cuerpo social de la naciente burguesía,cuya creencia fundamental en un inacabable pro ceso de acumulación de propiedad estaba a puntode eliminar a toda la seguridad individual. Hobbes extrajo las necesarias conclusiones de <strong>los</strong> marcosde comportamiento social y económico cuando propuso sus cambios revolucionarios en laconstitución política. Esbozó el único cuerpo político que podía corresponder a las nuevasnecesidades y a <strong>los</strong> nuevos intereses de una nueva clase. Lo que logró fue una descripción <strong>del</strong>hombre tal como debería llegar a ser y comportarse si quería encajar en la naciente sociedadburguesa.La insistencia de Hobbes en el poder como motor de todas las cosas humanas y divinas (inclusoel reinado de Dios sobre <strong>los</strong> hombres está «derivado de no haber<strong>los</strong> El creado... sino de suirresistible Poder») surgió de la proposición teóricamente indiscutible según la cual una inacabableacumulación de propiedad debe estar basada en una inacabable acumulación de poder. Elcorrelativo fi<strong>los</strong>ófico de la inestabilidad inherente a una Comunidad fundada sobre el poder es laimagen de un inacabable proceso histórico que, para ser consecuente con el constante crecimiento<strong>del</strong> poder, captura inexorablemente individuos, pueb<strong>los</strong> y, finalmente, a toda la Humanidad. Elproceso ilimitado de acumulación de capital necesita la estructura política de un «Poder tanilimitado» que pueda proteger a la propiedad creciente, tornándose constantemente cada vez máspoderoso. Admitido el dinamismo fundamental de la nueva clase social, resulta perfectamente ciertoque «no puede asegurar el poder y <strong>los</strong> medios para vivir bien que tenía hasta el presente, sin laadquisición de más poder». La consistencia de esta conclusión no queda en forma alguna alteradapor el hecho notable de que durante unos trescientos años no hubiera un soberano que «convirtieraesta verdad especulativa en una práctica útil», ni una burguesía políticamente consciente,económicamente madura y suficientemente abierta como para adoptar la fi<strong>los</strong>ofía <strong>del</strong> poder deHobbes.Este proceso de inacabable acumulación de poder necesario para la protección de una inacabableacumulación de capital determinó la ideología «progresista» de finales <strong>del</strong> siglo XIX y anticipó laaparición <strong>del</strong> imperialismo. Lo que hizo al progreso irresistible no fue la ingenua ilusión de unlimitado crecimiento de la propiedad, sino el advertir que la acumulación de poder era la únicagarantía para la estabilidad de las llamadas leyes económicas. La noción de progreso <strong>del</strong> sigloXVIII, tal cómo fue concebida en la Francia prerrevolucionaria, consideraba que la crítica <strong>del</strong>pasado era un medio de dominar el presente y controlar el futuro; el progreso culminaba en laemancipación <strong>del</strong> hombre. Pero esta noción tenía poco que ver con el inacabable progreso de lasociedad burguesa, que no solamente no deseaba la libertad y la autonomía <strong>del</strong> hombre, sino queestaba dispuesta a sacrificarlo todo y a todos en aras de las aparentemente sobrehumanas leyes de laHistoria. «Lo que llamamos progreso es [el] viento... [que] impulsa [al ángel] de la Historiairresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve la espalda mientras la pila de ruinas ante él se alzahasta <strong>los</strong> cie<strong>los</strong>» 39 . Sólo en el sueño marxista de una sociedad sin clases que, en palabras de Joyce,había de despertar a la Humanidad de la pesadilla de la Historia, aparece un último, aunque utópico,rastro <strong>del</strong> concepto <strong>del</strong> siglo XVIII.Los empresarios de mentalidad imperialista, a quienes las estrellas enojaban porque no podíanapoderarse de ellas, comprendieron que el poder organizado en su propio beneficio engendraría máspoder. Cuando la acumulación de capital alcanzó sus límites naturales y nacionales, la burguesíaadvirtió que sólo con una ideología de «la expansión lo es todo», y que sólo con el correspondienteproceso de acumulación de poder sería posible poner en marcha de nuevo el viejo motor. En elmismo momento, empero, cuando parecía como si se hubiera descubierto el auténtico principio <strong>del</strong>39 WALTER BENJAMIN, «über den Begriff der Geschichte», Institut für Sozialforschung, Nueva York, 1942, amulticopista. Los mismos imperialistas eran plenamente conscientes de las implicaciones de su concepto <strong>del</strong> progreso.El muy representativo autor, que procedía de la Administración Civil de la India y que escribía bajo el seudónimo de A.Carthill, señaló: «Uno debe siempre sentir piedad por aquellas personas aplastadas por el carro triunfal <strong>del</strong> progreso.»(op. cit., p. 209).

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