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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 334desde Moscú, en marcado contraste con sus predecesores, muestran una curiosa tendencia a preferirlas condiciones de la conspiración aun donde es posible la completa legalidad 75 . Cuanto másconspicuo es el poder <strong>del</strong> <strong>totalitarismo</strong>, más secretos se tornan sus verdaderos objetivos. Paraconocer <strong>los</strong> fines últimos de la dominación de Hitler en Alemania es mucho más prudente basarseen sus discursos propagandísticos y en Mein Kampf que en la oratoria <strong>del</strong> canciller <strong>del</strong> III Reich; <strong>del</strong>a misma manera que habría sido más prudente desconfiar de las palabras de Stalin acerca <strong>del</strong>«socialismo en un solo país», concebidas con el propósito pasajero de apoderarse <strong>del</strong> poder tras lamuerte de Lenin y tomar más en serio su repetida hostilidad hacia <strong>los</strong> países democráticos. Losdictadores totalitarios han demostrado que conocen muy bien el peligro inherente a su apariencia denormalidad; es decir, el peligro de una política verdaderamente nacionalista o el de la construcciónreal <strong>del</strong> socialismo en un solo país. Tratan de superarlo mediante una permanente y consecuentediscrepancia entre las palabras tranquilizadoras y la realidad de la dominación, desarrollandoconscientemente un método de hacer siempre lo opuesto de lo que dicen 76 . Stalin llevó este arte <strong>del</strong>equilibrio, que exige más destreza que la rutina habitual de la diplomacia, hasta el punto en que unamoderación en política exterior o en la línea política de la Komintern era casi invariablementeacompañada por purgas radicales en el partido ruso. Fue ciertamente algo más que una coincidenciael hecho de que la política <strong>del</strong> Frente Popular y la promulgación de la relativamente liberalConstitución soviética fuesen acompañadas por <strong>los</strong> procesos de Moscú.En la literatura nazi y en la bolchevique pueden encontrarse repetidas pruebas de que <strong>los</strong>Gobiernos totalitarios aspiran a conquistar el globo y someter a su dominación a todos <strong>los</strong> países <strong>del</strong>a Tierra. Sin embargo, estos programas ideológicos, heredados de <strong>los</strong> movimientos pretotalitarios(de <strong>los</strong> partidos antisemitas supernacionalistas y de <strong>los</strong> sueños pangermánicos de imperio en el casode <strong>los</strong> nazis, <strong>del</strong> concepto internacional <strong>del</strong> socialismo revolucionario en el caso de <strong>los</strong>bolcheviques), no son decisivos. Lo que es decisivo es que <strong>los</strong> regímenes totalitarios dirigenrealmente su política exterior sobre la consecuente presunción de que, eventualmente, lograrán esteobjetivo último, y no lo pierden nunca de vista por distante que pueda parecer o por seriamente quepuedan chocar sus exigencias «ideales» con las necesidades <strong>del</strong> momento. Por eso no consideran aningún país como permanentemente extranjero, sino que, al contrario, estiman a cada país como suterritorio potencial. La ascensión al poder, el hecho de que en un país se haya convertido en unatangible realidad el mundo ficticio <strong>del</strong> movimiento, crea una relación con otras naciones que essemejante a la <strong>del</strong> partido totalitario bajo una dominación no totalitaria. La realidad tangible de laficción, respaldada por el poder <strong>del</strong> Estado internacionalmente reconocido, puede ser exportada <strong>del</strong>a misma manera que el desprecio por el Parlamento puede ser importado en un Parlamento nototalitario. A este respecto, la «solución» de la cuestión judía en la preguerra fue el relevanteproducto de exportación de la Alemania nazi: la expulsión de <strong>los</strong> judíos llevó una importanteporción de nazismo a otros países; obligando a <strong>los</strong> judíos a dejar el Reich sin pasaporte y sin dinero,la leyenda <strong>del</strong> «judío errante» quedaba hecha realidad, y obligando a <strong>los</strong> judíos a una inquebrantablehostilidad hacia el<strong>los</strong>, <strong>los</strong> nazis habían creado el pretexto para tomar un apasionado interés por lapolítica interna de todas las naciones 77 .En 1940 se hizo evidente cuán en serio tomaban <strong>los</strong> nazis su ficción conspiradora, según la cualeran <strong>los</strong> futuros dominadores <strong>del</strong> mundo, cuando —a pesar de la necesidad y frente a susposibilidades absolutamente reales de imponerse en <strong>los</strong> territorios ocupados de Europa— iniciaronlegislativas, impresa durante la era nazi. Resulta bastante interesante que entre este tipo de literatura no exista un solofolleto de las SA, y ésta es pro bablemente la prueba más concluyente de que a partir de 1934 las SA dejaron de ser unaformación de élite.75 Compárese con «Die neue Komintern», de FRANZ BORKENAU, en Der Monat, Berlín, 1949, fasc. 4.76 Los ejemp<strong>los</strong> son demasiado obvios y numerosos como para que valga la pena citar<strong>los</strong>. Esta táctica, sin embargo, nodebería ser sencillamente identificada con la enorme ausencia de fi<strong>del</strong>idad y de sinceridad que todos <strong>los</strong> biógrafos deHitler y de Stalin señalan como como rasgos relevantes de sus caracteres.77 Véase la carta circular <strong>del</strong> Ministerio de Asuntos Exteriores a todas las autoridades alemanas en el exterior, de enerode 1939, en Nazi Conspiracy, VI, páginas 87 y ss.

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