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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 275aceptación de lo peor y un desdén por todas las ficciones, que fueron fácilmente confundidos con elvalor y con un nuevo estilo de vida. En el creciente predominio de las actitudes y convicciones <strong>del</strong>populacho —que eran realmente las actitudes y convicciones de la burguesía despojadas dehipocresía— quienes tradicionalmente habían odiado a la burguesía y habían abandonadovoluntariamente la sociedad respetable vieron solamente la falta de hipocresía y de respetabilidad yno su contenido mismo 59 .Como la burguesía afirmaba ser el guardián de las tradiciones occidentales y tornó confusastodas las cuestiones morales, jactándose públicamente de virtudes que no sólo no poseía en privado,sino que realmente despreciaba, parecía revolucionario aceptar a la crueldad al margen de <strong>los</strong>valores morales, y a la amoralidad general, porque así destruía al menos la duplicidad sobre la queparecía descansar la sociedad existente. ¡Qué testación la de elogiar las actitudes extremistas en estapenumbra hipócrita de las dobles normas morales, la de exhibir públicamente la máscara de lacrueldad cuando todo el mundo es duro, pero pretende ser amable; la de jactarse de maldad en unmundo no de maldades, sino de bajezas! La élite intelectual de la década de <strong>los</strong> años 20, que sabíamuy poco de las conexiones anteriores entre el populacho y la burguesía, estaba segura de que elantiguo juego de épater le bourgeois podía jugarse a la perfección si se empezaba por asustar a lasociedad con una imagen irónicamente exagerada de la propia conducta de uno.En aquella época nadie llegó a pensar que la verdadera víctima de esta ironía sería la élite másque la burguesía. La vanguardia no sabía que estaba lanzando su cabeza, no contra <strong>los</strong> muros, sinocontra puertas abiertas, que un éxito unánime desmentiría su afirmación de ser una minoríarevolucionaria y demostraría que estaba a punto de expresar un nuevo espíritu de masas o el espíritu<strong>del</strong> tiempo. Particularmente significativa a este respecto fue la acogida que obtuvo laDreigroschenoper, de Brecht, en la Alemania prehitleriana. La obra presentaba a <strong>los</strong> gangsterscomo respetables hombres de negocios y a <strong>los</strong> respetables hombres de negocios como gangsters. Laironía se perdió de alguna forma cuando <strong>los</strong> respetables hombres de negocios que vieron la obra laconsideraron como una profunda percepción de la vida y cuando el populacho la recibió como unasanción artística <strong>del</strong> gangsterismo. La canción que fue tema de la obra, «Erst kommt das Fressen,dann kommt die Moral», fue recibida con frenéticos aplausos de todo el mundo, aunque pordiferentes razones. El populacho aplaudía porque tomaba la afirmación al pie de la letra; la burguesíaaplaudía porque había sido engañada por su propia hipocresía durante tanto tiempo que yaestaba cansada de la tensión y descubría una profunda agudeza en la expresión de la banalidad en laque vivía; la élite aplaudió porque le alegraba y le entusiasmaba el desenmascaramiento de lahipocresía. El efecto de la obra fue exactamente el opuesto <strong>del</strong> que Brecht había buscado. Laburguesía ya no podía sentirse horrorizada; dio la bienvenida a la exposición de su oculta fi<strong>los</strong>ofía,cuya popularidad demostraba que había tenido razón durante todo el tiempo, así que el únicoresultado político de la «revolución» de Brecht fue animar a todo el mundo a arrojar la incómodamáscara de la hipocresía y a aceptar abiertamente las normas <strong>del</strong> populacho.Una reacción similar en su ambigüedad surgió diez años más tarde en Francia con Bagatellespour un massacre, de Céline, en la que proponía matar a todos <strong>los</strong> judíos. André Gide mostrópúblicamente su satisfacción en las páginas de la Nouvelle Revue Française, no porque desearamatar a <strong>los</strong> judíos de Francia, sino porque le complacía el reconocimiento brutal de semejante deseoy la fascinante contradicción entre la brutalidad de Céline y el comedimiento hipócrita que rodeabaa la cuestión judía en todos <strong>los</strong> barrios respetables. Puede juzgarse cuán irresistible era el deseo <strong>del</strong>a élite de desenmascarar a la hipocresía por el hecho de que semejante satisfacción no resultaramenguada por la muy auténtica persecución de <strong>los</strong> judíos por parte de Hitler, ya en marcha en laépoca en que escribía Céline. Sin embargo, esta reacción más tenía que ver con la aversión al59 Las siguientes palabras de RÖHM son típicas <strong>del</strong> sentimiento de casi toda la nueva generación y no sólo de una élite:«La dominación de la hipocresía y <strong>del</strong> fariseísmo son las características más conspicuas de la sociedad actual... Nadapuede ser más falaz que la llamada moral de la sociedad.» Estos muchachos «no encuentran su camino en el mundofilisteo de la doble moral y ya no saben cómo distinguir entre la verdad y el error» (Die Geschichte einesHochverräters, pp. 267 y 269). La homosexualidad de estos círcu<strong>los</strong> era también, al menos en parte, una expresión desu protesta contra la sociedad.

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