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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 305puede tolerar nunca las críticas a sus subordinados, dado que éstos actúan siempre en su nombre; sidesea corregir sus propios errores, tiene que liquidar a aquel<strong>los</strong> que <strong>los</strong> hicieron realidad; si quierecensurar sus errores en otros, tiene que matarles 88 , porque dentro de este marco organizador un errorsólo puede ser un fraude: la encarnación <strong>del</strong> Jefe por un impostor.Esta responsabilidad <strong>del</strong> movimiento por todo lo que se hace y esta identificación total con cadauno de sus funcionarios tienen la muy práctica consecuencia de que nadie llega a tener experienciade una situación en la que haya de ser responsable de sus propias acciones o pueda explicar lasrazones de éstas. Como el Jefe ha monopolizado el derecho y la posibilidad de explicación, pareceante el mundo exterior como si fuera la única persona que sabe lo que está haciendo, es decir, elúnico representante <strong>del</strong> movimiento con el cual uno puede hablar todavía en términos no totalitariosy el único a quien si se le reprocha o se le discute no le es posible decir: «No me pregunte, pregunteal jefe.» Siendo el centro <strong>del</strong> movimiento, el Jefe puede actuar como si estuviera por encima de éste.Por eso es perfectamente comprensible (y perfectamente fútil) que <strong>los</strong> extraños pongan susesperanzas una y otra vez en una charla personal con el mismo jefe cuando tienen que tratar conmovimientos o Gobiernos totalitarios. El misterio real <strong>del</strong> Jefe totalitario reside en una organizaciónque le permite asumir la responsabilidad total por todos <strong>los</strong> <strong>del</strong>itos cometidos por las formacionesde élite <strong>del</strong> movimiento y afirmar al mismo tiempo la respetabilidad honesta e inocente <strong>del</strong> másingenuo compañero de viaje 89 .Los movimientos totalitarios han sido calificados de «sociedades secretas establecidas a la luz<strong>del</strong> día» 90 . Además, aunque sea poco lo que sabemos de la estructura sociológica y de la más88 Una de las características distintivas de Stalin... es arrojar sistemáticamente sus propios entuertos y crímenes, asícomo sus errores políticos..., sobre <strong>los</strong> hombros de aquel<strong>los</strong> cuyo descrédito y ruina está preparando» (SOUVARINE,op. cit., p. 655). Es obvio que un dirigente totalitario puede escoger libremente al que desea que encarne sus propioserrores, dado que se supone que todos <strong>los</strong> actos cometidos por <strong>los</strong> subjefes se hallan inspirados por él, de forma tal quecualquiera puede verse obligado a desempeñar el papel de un impostor.89 Por innumerables documentos se ha probado que fue el mismo Hitler —y no Himmler, o Bormann, o Goebbels—quien siempre inició las medidas realmente «radicales»; que éstas fueron siempre más radicales que las propuestasformuladas por su círculo íntimo; que incluso Himmler se sintió aterrado cuando se le confió la «solución final» de lacuestión judía. Y el cuento de hadas según el cual Stalin era más moderado que las facciones izquierdistas <strong>del</strong> partidobolchevique tampoco es ya creído. Es muy importante recordar que <strong>los</strong> jefes totalitarios tratan invariablemente deparecer más moderados ante el mundo exterior y de que su verdadero papel —es decir, el de impulsar al movimientohacia a<strong>del</strong>ante a cualquier precio y, si surge algo, acelerar su velocidad— permanezca cuidadosamente oculto. Véase,por ejemplo, el memorándum <strong>del</strong> almirante Erich Raeder sobre «My Relationship to Adolf Hitler and to the Party», enNazi Conspiracy, VIII, 707 y sigs. «Cuando surgían informaciones o rumores acerca de medidas radicales <strong>del</strong> partido yde la Gestapo, uno podía llegar a la conclusión, por mediación <strong>del</strong> propio Führer, de que tales medidas no habían sidoordenadas por el Führer... A lo largo de <strong>los</strong> años llegué gradualmente a la conclusión de que el mismo Führer siempre seinclinaba hacia la solución más radical sin dejar que llegara a saberse fuera.»En las luchas internas <strong>del</strong> partido que precedieron a su elevación al poder abso luto, Stalin tuvo siempre cuidado depresentarse como «el hombre <strong>del</strong> dorado término medio» (véase DEUTSCHER, op. cit., pp. 295 y sigs.); aunque no era,desde luego, un «hombre de compromisos», jamás abandonó enteramente este papel. Cuando, por ejemplo, unperiodista extranjero le preguntó acerca de la finalidad <strong>del</strong> mo vimiento relativa a una revolución mundial, él replicó:«Nunca hemos tenido semejantes planes e intenciones... Eso es producto de un malentendido... cómico, o más bientragicómico» (DEUTSCHER, op. cit., p. 422).90 Véase «The Political Function of the Modern Lie», de ALEXANDRE KOYRÉ, en Contemporary Jewish Record,junio de 1945.HITLER, op. cit., libro II, cap. IX, analiza extensamente <strong>los</strong> pros y <strong>los</strong> contras de las sociedades secretas comomode<strong>los</strong> para <strong>los</strong> movimientos totalitarios. Sus consideraciones le conducen realmente a la conclusión de Koyré, esdecir, a adoptar <strong>los</strong> principios de las sociedades secretas sin su sigilo y a constituir<strong>los</strong> «a la luz <strong>del</strong> día». En la etapaanterior a la conquista <strong>del</strong> poder, apenas hubo algo que <strong>los</strong> nazis mantuvieran consistentemente en secreto. Sólo durantela guerra, cuando el régimen nazi se tornó completamente totalitarizado y la jefatura <strong>del</strong> partido se vio rodeada portodas partes por la jerarquía militar de la que dependía para la dirección de la guerra, fue cuando se ordenó en términosinequívocos a las formaciones de élite que mantuvieran en riguroso secreto todo lo relativo a «soluciones finales», esdecir, deportaciones y exterminios en masa. Esta fue también la época en la que Hitler empezó a actuar como el jefe deuna banda de conspiradores, pero no sin anunciarlo personalmente y hacer conocer este hecho explícitamente. Duranteuna discusión con el Estado Mayor en mayo de 1939, Hitler expuso las siguientes normas, que parece como si hubieransido copiadas <strong>del</strong> manual de una sociedad secreta: «1. No será informado nadie que no necesite saberlo. 2. Nadie debe

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